
Por Gabriela Telesca
El Mal de Chagas en la Argentina es una víctima más de las grandes contradicciones que emanan del aparato estatal: por un lado, desde la misma Dirección Nacional de Vectores del Ministerio de Salud de la Nación admiten que hace tres años dejaron de manejar cifras oficiales respecto de esta epidemia. Por lo tanto, mientras el Estado afirma la desinformación que rodea a la enfermedad, también confirma que hace un tiempo detuvieron la lucha contra este mal. Si bien hoy no hay datos fehacientes del virus que trasmite la vinchuca, lo cierto es que por cada caso confirmado, existen unas veinte personas sin diagnosticar. Las cifras que en este momento tiene el gobierno datan del año 1993, cuando sí se llevaba un control en todas las provincias, a través de los hombres que ingresaban al servicio militar. No obstante, teníamos y tenemos 2,3 millones de infectados. ¿Hasta cuándo se repetirá esta cifra que viene congelando las acciones necesarias para el tratamiento de este problema sanitario? Un ejemplo: el ministro de Salud de la provincia de Santiago del Estero reveló que en su provincia existen 400 mil infectados, es decir, la mitad de sus habitantes, aunque luego trató de corregirse al sostener que sólo el 15 por ciento de la población santiagueña tiene Chagas.

Expansión
Ante este panorama, el Mal de Chagas se encuentra no sólo en el norte del país y ya no afecta a los más pobres, sino que alcanzó a Buenos Aires, con un gran aumento de casos durante los últimos años, y se extiende hasta la provincia de Río Negro. La epidemia ya afecta a 19 de las 24 jurisdicciones de la Argentina.

Por este motivo, para conocer la dimensión de este problema a nivel nacional, ya no se puede recurrir a la información oficial. Como sostiene la presidenta de la Asociación de Lucha contra el Chagas (ALCHA), Catalina Antico Penna, “las cifras son mentirosas porque en el año 1981, con 24 millones de habitantes, las cifras daban 2 millones y medio o 3 millones de infectados, y hoy, que somos más de 40 millones de habitantes, y se sigue con el mismo número”. Por ello, desde las investigaciones propias realizadas por la entidad, manejan una cifra de 6 millones.
Silencioso como quisieron que sea, este mal cada semana se lleva diez vidas a lo largo y ancho del país. Mientras tanto, un paciente de ALCHA, Lorenzo Chazarreta, quien contrajo la enfermedad a los 18 años e hizo un tratamiento de dos años en esta entidad de Buenos Aires, hoy ya no puede atenderse porque esta asociación tuvo que cerrar sus puertas por desatención estatal. Este testimonio se suma a otros tantos que afectados que padecen Chagas desde niños o adolescentes, y que nunca recibieron un adecuado control médico.
Con este ejemplo se percibe cómo ciertos gobiernos no apoyaron a organizaciones como ALCHA, que luchan contra este flagelo y atienden a los pacientes, muchas veces de forma gratuita. Si se hicieron cargo por tanto tiempo de servicios que competen al aparato estatal, estas asociaciones deberían tener un mayor reconocimiento. Simplemente porque algunos pacientes de esta asociación consultados, buscaron ayuda en los hospitales públicos y, en muchas oportunidades, volvieron con las manos vacías.
Desinformación y desatención
Desde los distintos ámbitos del aparato estatal se ha considerado al Mal de Chagas como un mal silenciado. Alicia, empleada de la Casa de la provincia del Chaco, tiene a sus padres chagásicos y reconoce que la zona donde ella se crió es “totalmente endémica”. El tema allí es que las viviendas son de adobe y con grietas y, si no pintan seguido con cal, se genera el hábitat propicio para la proliferación del insecto.

Como sostiene Rubén Storino, cardiólogo especialista en Mal de Chagas de la Fundación Favaloro, la responsabilidad viene tanto del Estado, que monopoliza las decisiones y acciones en base a sus propias cifras oficiales, como de los investigadores y médicos, por no renovar becas e interesarse por este mal. Además, agrega Storino, la industria farmacéutica tiene su aporte, ya que al no ser ésta una enfermedad rentable, no se interesa por mejorar la salud de millones de personas. En este escenario, gran parte de la sociedad es indiferente ante esta epidemia, en parte porque los medios de comunicación ausentan este flagelo entre sus noticias y contribuyen a su silenciamiento. Si estos actores sociales mencionados le dieran a esta enfermedad la importancia que merece, podría percibirse que se trata de un mal evitable y que se puede tratar y prevenir.