jueves, 27 de noviembre de 2014

La travesía: Del mar Báltico al Río de La Plata

Nacer en un país del Norte de Europa y terminar viviendo al Sur de América. Esta es la historia de Juta. Es la historia de una identidad dividida por la Segunda Guerra Mundial, que erradicó miles de personas del viejo continente.

Ayelén I. Torres

























    Es domingo, son las dos de la tarde. En lo de Juta Uibopuu esto significa que es hora de dar los últimos retoques al almuerzo que preparó para su familia. No sabe cuántos ni quiénes vienen, pero ella espera. Y cocina como para comedor comunitario. Barrio de Villa Sarmiento, conurbano bonaerense, a dos cuadras de Avenida Gaona está el hogar de esta mujer estoniana de 81 años que hace 65  es argentina.

  La casa es como la dueña. Y como Estonia. Acogedora, alegre y un contraste entre la historia y la tecnología. Justo al lado del avión de guerra hay un aparatito que Juta usa cada vez que va al supermercado para escanear los productos que compró y así acumular puntos. Ya canjeó una minipimer, una sandwichera y dos tostadoras. Atrás del enorme LED que está apoyado sobre una desvencijada cómoda de la segunda guerra mundial, hay una pequeña vitrina llena de minibotellitas de vidrio de todo tipo de licor, aguardientes, agua mineral y gaseosas, provenientes de variedad de países. Muestras gratis, coleccionadas por Otto, el difunto marido de Juta, antes marinero. En el living comedor, al costado del gigante escritorio repleto de fotografías del pasado,  está la computadora de pantalla plana donde la sobreviviente de la segunda guerra mundial mira sus mails, abre su facebook y habla por Skype (invento estoniano) con su medio hermano de Suecia. Si la guerra no pudo con ella, la tecnología, menos. Antes de ir a dormir hace unos minutos de bicicleta fija, como le recomendó el médico, mientras mira la novela.

-No me mandaste las vidas que te pedí en el Candy Crush- Le recrimina a la menor de sus nietas, una chica de 23 años. Rubia, igual que su hijo y su hija, igual que sus otras tres nietas y su único nieto varón. Se ríe. Muestra toda su dentadura, y achina sus minúsculos ojos. Ojos sin cejas, celestes pero grises, como cielo tormentoso. Esa nieta, soy yo.

***

  Desde que tengo memoria, Estonia es una palabra conocida para mí. Tengo que decir: Estonia, Letonia y Lituania, cada vez que alguien me pregunta, para que pueda situar el país que alguna vez estudió en la escuela como parte del trío de países bálticos. Y sí. Mi familia no venía de España o Italia, como la de la mayoría de mis amiguitos de la primaria y secundaria. Para mí, Juta y estoniano son y siempre fueron palabras de lo más comunes. Atender el teléfono en la casa de mi abuela y que alguien del otro lado me hablara en estoniano no era sorpresa para mí.

  Juta tiene dos hijos. Andrés, mi tío, y Mónica, mi mamá. El mayor heredó los ojos celestes de todos, y la menor sorprendió con verdes. Crecer como hijos de un matrimonio estoniano no fue fácil.

-Cuando era chico como que me daba un poco de vergüencita, porque ser extranjero entre todos naturales, es como que me sentía raro. En vez de haberlo aprovechado, capitalizado desde el lado positivo es como que me sentía diferente, bicho raro. Yo no quería ser bicho raro, quería estar en el montón. Nunca le saqué provecho a ser rubio de ojos celestes, en realidad- Cuenta Andrés, rubio, alto, ojos celestes, lentes sobre el pelo. Se ríe y se toca la barbilla mientras habla. Su hermana asiente mientras lo escucha. Ella se siente igual.
-De chica, el tema de arrancar el colegio, no saber el idioma, te hacía como más retraído. A esa edad uno anda más en masa… Con los años me di cuenta, empecé a valorarlo, pero era como un poco tarde. Para mí mi casa no era nada especial y todas mis amigas venían y “tu casa es divina, tu casa es mágica”.

***

  Cuando no es domingo, Juta sale a comer con “las chicas”, va a inglés, a yoga y a gimnasia, y se junta a jugar al bridge con sus amigos de la casita de jubilados. A veces se va de viaje a conocer o repasar regiones y rincones de Argentina. Ella sola baña a los enormes perros, limpia la casa, y recoge los frutos de los árboles del jardín. También hace las compras. Va y vuelve caminando, con las bolsas a cuestas.

–¿Y quién lo va a hacer, sino?- Por lo menos la convencieron para que use changuito.
  El aroma de los fideos al horno con carne, salsa secreta y salchichas alemanas envuelve la cocina, y reúne a los presentes en torno a la mesa, alrededor de las tres de la tarde. Amuchados, tres de sus nietas, un novio, su nieto varón –el más chico, el favorito- su hija, su hijo y esposa, arrasan con todo lo que hay en la pequeña mesa redonda de la cocina.

-Que no sobre nada, eh.

 Esa es la consigna. Todo se come. Afuera, dos perros esperan ansiosos los huesos y las sobras.

***

  21 de septiembre de 1944. Estonia. Luego de la ocupación alemana, finalmente entraban los rusos. Había que irse. Con un padre militar y una madre que cocinaba y lavaba para los alemanes, no parecía quedar otra opción. La amenaza de ser deportado a Siberia los acechaba. Juta, una niña de once años enterró sus juguetes para que no se los robaran los rusos, y sin mirar atrás se marchó.

-¡No nos fuimos, nos llevaron!- Corrige impetuosa. Los llevaron. Juta fue llevada con su mamá y Enno, su hermano, cuatro años menor que ella. Su papá…

-Se fue a casa, preparó la lancha que tenía y cruzaron con nuestra lancha, a Finlandia. Mi papá y mi mamá estaban medio ahí, en separación, porque mi mamá tenía un novio alemán. Y mi papá siempre fue mujeriego. Papá estaba en la milicia en ese momento, en gendarmería. Y él ya se fue de ahí con la madre de Vello y otros a Finlandia, con la lancha.

   Vello es el hermano de Juta. Medio hermano por parte de padre. Mediana estatura, cabello canoso con forma de cepillo, panza de homero Simpson, y risa contagiosa. Nació en Suecia quince años más tarde que ella, producto de la unión entre Mihkel (Miguel) Uibopuu y la mujer estoniana con la que se escapó a Finlandia, Hulda, 18 años menor que él. Se conocieron en el 89, cuando Juta viajó a sus tierras natales por primera vez desde que las dejó. A partir de ese momento se vieron varias veces, y la relación fue creciendo. Se llevan espectacularmente. Después del 89, Juta viajó cuatro veces más a Estonia. Siempre visitó a su hermano en Suecia.

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  Estonia es un país al norte de Europa. Limita con Rusia y con Letonia. Está a orillas del Mar Báltico. Durante siglos fue una tierra disputada por suecos, alemanes, rusos, daneses, entre otros. Pero los rusos fueron sus mayores rivales, y es al día de hoy que esa gran grieta sigue abierta. Se independizaron de ellos recién en 1991. En 1989 lucharon por su independencia cuando hicieron una cadena humana de aproximadamente 2 millones de personas tomadas de las manos, midiendo casi setecientos kilómetros a orillas del Báltico, atravesando Estonia, Letonia y Lituania. “La independencia cantada”, la llamaron. O “Baltic Way”. Cantada, porque  en estos países, la música forma parte de la identidad. Fue una revolución pacífica que dos años más tarde les dio la independencia.

  Estonia es pequeña, alegre, y llana. Su elevación más pronunciada es de 300 metros. Cuando el sol se esconde al final del día por el horizonte del Báltico, también es dueña de los atardeceres más increíbles del mundo.

Tiene mucha población arriba de los 60 años. En su mayoría viven solos. Cuidan su jardìn, andan en bicicleta, usan internet, hablan por skype y esas cosas. Ahora empiezo a entender todo.

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   Juta busca el pasado con los diminutos ojos tormentosos clavados en la ventana por la que entra el sol de domingo por la tarde.

-Había que ir donde te llevaban. Primero llegamos al corredor de Polonia, que en ese momento estaba en manos de los alemanes. Ahí nos pusieron en los trenes y fuimos a Austria, en la frontera con Italia. Mi mamá estuvo trabajando en el bosque, talando árboles. Arriba de las montañas, las nubes pasaban por abajo. Parábamos en campamentos de refugiados. Éramos los parias. Nos hacían desnudar y hacer fila para bañarnos, y cuando nos enjabonábamos nos cortaban el agua. Así se divertían un poco los alemanes- Carcajada.

-¿Y vos cómo te sentías?

Se hace un silencio. Juta mira el vacío, o quizás el pasado. De sentimientos no habla, sólo de hechos.

-¿Y cómo me voy a sentir? No era Disney, pero ¿de qué servía que dijera cómo me sentía? No ayudaba.

  Juta fue al colegio en Salzburgo, Austria. En 1948, más de cuatro años después de haber dejado su hogar, su mamá consiguió Visas para que los tres pudieran ir a América, sin saber dónde podrían llegar a caer. El 15 de febrero de 1949, finalmente llegaron a destino.

-Íbamos en barco por todos los países a ver dónde nos dejaban bajar. Y bajamos en Argentina.  Estuvimos quince días en el hotel de inmigrantes. –Explica Juta.

  El hotel de Inmigrantes, en barrio Porteño de Retiro, era de paso obligatorio para todos los inmigrantes de la época en la Argentina peronista. Ahora, está convertido en el Museo del Inmigrante y se puede visitar toda la semana.

-Era como una Vivienda comunitaria. Como cien personas viviendo en una habitación. Y después venían patrones a buscar trabajadores, y emplearon a mi mamá para que trabaje en una pensión italiana. Yo vaciaba a la mañana las escupideras de los hombres, donde hacían pis a la noche. Un matrimonio polaco me dijo que yo no podía seguir ahí, que ese no era lugar para mí, y me llevaron a cuidar sus hijos.

  Juta cuidó chicos, ayudó a su mamá con la costura, trabajó en Philips. Rindió los exámenes libres de la primaria, hizo cursos de contabilidad y de enfermería, trabajó en una fábrica de cubiertos, y en 1962 se casó con Otto, un estoniano que conoció por conocidos de conocidos. Hizo un curso de apicultura, tuvo abejas, vendió miel. Tuvo dos hijos argentinos, cinco nietos argentinos. Amigos argentinos. Amigos estonianos que murieron, otros que volvieron.


-Me siento más argentina porque estuve viviendo más tiempo acá. Pero se dice que un estoniano es como un árbol. Está en la tierra, firme, con las raíces.


jueves, 20 de noviembre de 2014

¿El FinEs la solución?

El controvertido plan que promovió el Gobierno Nacional para la finalización de estudios secundarios deja muchas incógnitas en cuanto a su efectividad y  es motivo de debate entre especialistas de la educación. ¿Inclusión real o fraude educativo?

Paula García





 Ínfimo, en una esquina, a primera vista es un local. Una persiana negra y azulejos grises en la pared son la fachada. Adentro, un rectángulo con 20 pupitres viejos y nuevos. Al fondo, un pizarrón verde y a un costado una puerta de madera: el baño. En este pequeño recinto unos 60 jóvenes del barrio de Isidro Casanova estudian en el programa FinEs, destinado a personas mayores de 18 años que no posean el título secundario.

 Son las cinco de la tarde de un lunes de septiembre y al sol le falta poco para esconderse en uno de los suburbios más poblados del partido de La Matanza. Graciela es  una de las referentes del barrio y dueña del local donde funciona la sede de Fines. Tiene la piel cuidada y maquillada, las uñas esculpidas y una cabellera rubio lacio con flequillo desprolijo.   
_Éste era un galpón que tenía en casa y cuando me enteré que se podían ofrecer lugares para que funcione el Fines, lo cedí. Veía la droga, pibes que no estudiaban en la esquina y pensé ¿cómo hago para sacar a los pibes de la calle? Armé un listado, lo presenté en el Ministerio por medio de un compañero y salió. Pedimos sillas, mesas y de a poco fuimos empezando.

Graciela es empleada administrativa en la jefatura del Ministerio de Educación y está terminando el secundario en la misma sede que cedió y también coordina. Milita desde hace 20 años con Luis D´ Elia en la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV), actualmente transformado en el Movimiento Integración Latinoamericana de Expresión Social, más conocido como MILES.

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 Daniela tiene 28 años y un título de periodista que la habilita para dar clases de comunicación y medios. Informal, de Jean y zapatillas, parece una alumna más. 

_ ¿Quiénes tienen pensado seguir estudiando cuando terminen?-pregunta con entusiasmo. 

_Todos los profesores nos dicen que esto no nos sirve para nada – cuenta con decepción Débora, alumna de  35 años que  quiere seguir el profesorado de Historia. 
_Mi idea es meterme en la Policía- se suma Diego, 30 años, otro de los alumnos. 


El resto permanece inmutable. 

_ Es mi primer año como docente y la verdad que hay de todo - dice Daniela-.  Este curso en particular es heterogéneo: tenés amas de casa, padres de familia. Muchos chicos trabajan en la construcción, salen de la obra un poco antes para llegar, y hay otros con situaciones familiares conflictivas. Pero son todos muy respetuosos.  
***

FinEs es el plan de finalización de estudios secundarios promovido por el Ministerio de Educación de la Nación en 2008, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En un principio, estaba destinado a personas que adeudaran materias del último año del secundario (FinEs I), pero en 2010 se lanzó FinEs II, para mayores de 18 años que deseen cursar todo el primario o el secundario. 
Los primeros alumnos fueron los cooperativistas del plan “Argentina Trabaja” y luego se abrió a toda la comunidad. También acceden las beneficiarias del  Plan "Ellas Hacen", dirigido a más de 100.000  mujeres,  que son víctimas de violencia familiar, son jefas de hogar o madres  de tres o más hijos.   
Dicho plan se fundamenta en el reconocimiento de los saberes adquiridos durante toda la vida; propicia formas de aprendizaje autónomo que se adaptan a las necesidades de los destinatarios, y genera condiciones que favorecen la permanencia y el egreso de quienes buscan terminar la Escuela Secundaria, según consigna el programa.
Los Centros Educativos de Nivel Secundario (CENS), que dependen de la Dirección Nacional de Educación de adultos (Dinea), regulan la aprobación de las materias, la evaluación de los exámenes, la provisión de los docentes y el material de estudios. Los referentes o coordinadores de Plan deben tener titulo secundario y, en lo posible, ser docentes.
La modalidad de cursada es de carácter presencial, dos veces por semana durante tres horas, para cursar cinco materias por cuatrimestre. Los cursos se ofrecen por la mañana, la tarde o turno vespertino.


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 Guillermina Tiramonti tiene la piel bronceada, los ojos claros y el pelo canoso con destellos rubios; a la vista parece una mujer sabia y así lo confirma su trayectoria. Es investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencia Sociales (FLACSO) y Máster en Educación y Sociedad. Consultada por la cronista, realiza un análisis del programa.

_El plan FinEs debe ser pensado desde la conjunción de varios propósitos: el primero es social, para articular un grupo de la población que carece de anclaje social. En el caso de la provincia de Bs. As asociado a proyectos dependientes de bienestar social. El segundo objetivo es político: muchos de los locales donde se imparten las clases pertenecen a organizaciones políticas con afiliación oficial, de modo que se trata de articular a esa gente a esas organizaciones. Y el tercero, mejorar las estadísticas de egreso del nivel secundario que son hasta ahora muy bajas. 

Para la experta en educaciónLa educación media en la Argentina está en crisis sin que existan indicios a Nivel nacional de políticas destinadas a mejorar su situación”. 
Según su evaluación, plan Fines  “está destinado a incluir  sin transformar ni la escuela, ni los recursos y habilidades de los alumnos”. Y lo argumenta con estadísticas: “en el caso de la escuela media la inclusión de nuevos sectores sociales es solo un propósito porque desde hace más de diez años las matrícula no crece”. Tampoco considera que la titulación para estos jóvenes sea un pasaporte a mejores condiciones laborales.


_Es una promesa incumplida porque las estadísticas muestran que muy pocos de ellos acceden a este tipo de trabajo y a pesar de la titulación obtenida se mantienen ocupados en el mercado informal. 


 ***
El barrio es conocido como “San Pedro”: casas de alto, casas humildes, calles asfaltadas, calles de tierra, la tierra del club Almirante Brown. Entre despensas, kioscos, remiserìas y al ritmo de alguna cumbia de fondo, funciona, hace poco más de un año, una de estas sedes de FinEs.


Sin embargo, en la década los ´90, el escenario era otro: la miseria misma. A pocas cuadras de la sede FinEs, un vecino del barrio, el dirigente y político Luis D´Elía, encabezó la toma de tierras de un predio fiscal conocido como “El Tambo”. Este asentamiento fue testigo de un proceso caótico: piquetes, huelgas y reclamos, una lucha que le costó la vida a más de un vecino por la represión policial, y por los suicidios que hubo por la crisis socioeconómica.

Graciela fue una de las amas de casa que frente al contexto de pobreza en el que vivía el barrio, empezó a militar. Participó de los piquetes y contagió su entusiasmo a medio centenar de vecinas, que salieron de sus casas a reclamar.
Hoy, Graciela camina por su cuadra como pez en el agua; conoce a todos los vecinos. 

 _Yo no sé si esto a los pibes les va a servir para que sigan en la facultad pero, por lo menos, con esto salen un poco de la calle. Te lo digo porque lo veo con mi hijo que está terminando de estudiar.  Algo hay que hacer y más que yo los conozco desde chiquitos porque acá a dos cuadras tenía un comedor y muchos de los que están estudiando venían a comer. Para mi es una satisfacción, dice Graciela sonriendo. 

En diciembre, si todo va bien, tendrán el título secundario 25 jóvenes, otros 20 pasarán a tercer año y unos 15 pasarán a segundo. 
Pero ahora es lunes. Adentro, aturde el bullicio típico del aula, y  afuera, en Isidro Casanova al sol le falta poco para esconderse, en otra tarde que se desvanece. 


Pequeña Eslovenia



Solos, devastados por la Segunda Guerra Mundial, cruzaron el mundo para empezar de nuevo. A miles de kilómetros de su hogar,  supieron recrear comunidades en donde  las costumbres del Viejo Continente siguen intactas.

Por Agustina Pose



Con previo aviso del chofer del 174, me bajé del colectivo. Ahí, en Camino de Cintura, me estaba esperando. Belén, mi amiga, la que me introdujo en esta historia. Caminamos dos cuadras para adentro, a un barrio de casas bajas y calles tranquilas. Nada hacía pensar que estábamos entrando en la pequeña Eslovenia de San Justo.
- “Yo todas las noches sueño con estar allá”.
Francisca Tekavec es bajita y los años la hicieron encorvarse un poco. Esos mismos años, 91, también la llenaron de arrugas, de sabiduría, y de una mirada contenta que transmite calidez. El pelo blanco acompaña el paso del tiempo que se marca en su cuerpo chiquito y frágil pero de una entereza enorme. Con ojos vidriosos, me confiesa esa verdad.
- A mí me gusta contar, yo quiero que sepan –dice tranquila mientras sostiene mis manos entre las suyas.
Se sienta en una esquina de la mesa alargada del comedor. En las paredes cuelgan cuadros con fotos de distintas épocas. Dos de esos cuadros grandes son de una casa de campo.
- Era esa mi casa. Sigue estando. Cuando volví a visitar estaba destruida, quemada. La mesa estaba como siempre – dice y mira hacia arriba, como tratando de recordar más, con ojos tristes.
Francisca tiene un encanto particular. Arrastra las “h” cuando habla, piensa en esloveno y dice en español. De tanto en tanto, mira a su nieta o a su nuera para que la ayuden a terminar la frase.
- ¿Cómo se dice…? – se la escucha decir de a ratos. Y sigue.
En esa casa todos entienden el esloveno a la perfección. En ese barrio todos lo hablan. En la iglesia de San Justo las misas de los domingos a la mañana son en esloveno. Al principio fueron 15 las familias que se establecieron  ahí, eran todos vecinos. Se veían todos los días por el barrio y los sábados se juntaban en el club que armaron para estudiar, hacer deporte, socializar y para aprender las costumbres. Hoy, la tercera generación de eslovenos en Argentina es tan eslovena como los inmigrantes mismos. 

* * *

“NasDom” significa Nuestro Hogar y es el nombre del club esloveno de San Justo. Está en pleno centro, sobre la calle Yrigoyen, en un lugar por donde pasa todo el mundo pero sólo unos cuantos reparan en él. El club siempre estuvo ahí, desde su inauguración el 13 de octubre de 1956. En casi 60 años albergó a familias enteras, cada vez más numerosas, y se convirtió en el pilar de las costumbres de aquel lejano país, ubicado en el centro de Europa.
- Los sábados a la mañana hay escuela – cuenta Martha con naturalidad.
Martha Jamec es la nuera de Francisca. Viven juntas con el resto de la familia en la casa que alguna vez fue de Francisca, su marido y sus hijos.
La escuela eslovena no es como una escuela común. Enseñan historia, geografía, lengua, catequesis, música pero de Eslovenia. Allí es como entrar a un mundo chiquito en donde el único idioma que se habla es el propio. El castellano queda puertas afuera.
Belén, mi amiga, la nieta de Francisca, se levantó temprano todos los sábados de su infancia para seguir yendo al colegio. Durante ocho años aprendió del país y la cultura de sus antepasados como si fuera la de su lugar de origen. Creció conociendo a lo lejos ese pedacito de tierra que queda del otro lado del mundo, pegado a una punta de Italia, pero que se siente propio.
- No enseñan como acá – explica Francisca ­­– Los maestros acá no cobran nada. No quieren que se olviden las cosas de allá. 

* * *

­- Nací el 29 de “ditciembre” del 23.
La memoria de Francisca es sorprendente. Con lujo de detalles describe su casa, su campo y Clada, el pueblito donde nació. En su familia eran siete. Algunos nacidos en el “austrohungarian”, como ella llama al Imperio Austro-Húngaro, luego Estonia, más tarde Argentina.
- Vine el 24 de Enerro del 49 – otra fecha que se acuerda a la perfección – en un barco, el Black.
Fue después de que tuvieron que huir a Austria, en donde permanecieron en campos de refugiados durante casi 4 años.  Al principio, dormían en la tierra, todos juntos. Con ojos tristes recuerda una anécdota particular.
- Un día me agarró una lluvia y estaba empapada con mis ropas, mis trapos. Cerca del lugar había un… ¿cómo se dice?
- Lago.
- Lago. Dejamos secar la ropa en el prado y nos lavamos en el lago. Pero era muy peligroso porque si te agarraban te llevaban de vuelta a Eslovenia y te mataban.
Francisca se vuelve frágil cada vez que habla sobre aquel tiempo. En su memoria se ven claras las imágenes de las matanzas atroces, del hambre, del frío. De cómo los hicieron irse de sus casas y les sacaron todo, de los vecinos asesinándose entre ellos. La única vez que volvió a Eslovenia, hace ya veinte años, las fosas comunes seguían estando y todavía olía a muerte.
Se inclina sobre la mesa y hace esfuerzo por recordar más. Mira hacia arriba. “La guerra… ¿los chicos qué culpa tenían?”


* * *





Venir a Buenos Aires no fue una decisión difícil. Ya no podían volver a su Eslovenia natal y su camino se dividía en dos opciones: Canadá o Argentina.
En Canadá admitían sólo a las personas jóvenes que estuvieran sanas y, considerando las heridas de guerra, para muchos refugiados esa no era una posibilidad viable. Siempre pensando en mantener a la familia unida, se embarcaron con muchas otras familias eslovenas hasta el otro hemisferio.
El Hotel de Inmigrantes (“inmigrant hotel“, como todavía lo llama Francisca) los recibió con las puertas abiertas. Francisca viajó durante meses con su madre, su padre,sus seis hermanos y cientos de personas más. Algunos conocidos, como quien años más tarde sería su marido, y muchos otros se encontraron en esta ruidosa ciudad buscando trabajo y casa.
Durante su estadía en el famoso hotel les hicieron los documentos y así fueron empezando a mezclarse con la cultura local. San Justo, Ramos Mejía, Morón, San Martín, Carapachay, Lanús, Berazategui y Capital son los centros más grandes en donde se fueron estableciendo como comunidades.
Con los ahorros de lo trabajado, la familia de Francisca compró un terreno en San Justo, “a dos cuadras de acá”, y en poco tiempo se fue llenando de otros eslovenos. Era así: primero se instalaban unos y, enseguida, otros grupos compraban los terrenos vecinos. Así se fueron armando comunidades de inmigrantes que vivían en dos, tres o más manzanas de cada barrio, y que todavía siguen allí.
- Inclusive entre todos los vecinos ponían plata y así compraron un terreno e hicieron un club social que es de los eslovenos propiamente – cuenta Martha.
El club. Ese núcleo que unifica a todos los inmigrantes y descendientes de inmigrantes de la zona. En cada localidad hay uno. Igual de escondidos y visibles a la vez. Para ser un club, es grande, en eso coinciden todos. Planta baja, dos pisos y un subsuelo, todo parece nuevo. Un patio enorme para deportes, recreación y actos; un teatro, un salón de eventos, un bar y muchas aulas. Todo destinado a mantener a la pequeña Eslovenia intacta.
Además de la escuela de la comunidad, las actividades van desde deportes  y torneos entre clubes eslovenos de otras zonas, hasta coro, teatro y talleres de recreación para jóvenes y adultos. También celebran fiestas típicas o festejan las tradicionales pascuas o la navidad, a la manera en la que lo hacían en su país de origen.
En todo se nota el esfuerzo por resguardar esos recuerdos intactos. Es como si la pequeña Eslovenia entrara en esos souvenirs de bolitas de vidrio que se agitan, pero adentro todo se mantiene en pie.

*  *  *

Entrar al club es abrir las puertas a un universo escondido que hace más de medio siglo que está en pie. Es la base de sus relaciones con otras familias, es el principio de su vida en sociedad. Nacen y crecen con una doble nacionalidad cultural que convive cada vez con mayor facilidad, a medida que avanzan las generaciones.
- Yo digo sí, me gusta vivir acá. Pero extraño mucho allá – dice nostálgica Francisca –Yo le estaba diciendo a mi hijos, a veces, que si pueden nunca se cambien del lugar donde naciste. Quedate ahí. Dicen que está lindo en otro lado pero donde creciste es más lindo siempre, para todos.
Con ojos vidriosos me mira y veo pasar un montón de recuerdos por delante de ellos. Quiere contar todo con detalles. Quiere que sepan que un 24 de enero de 1949 (las fechas no se las va a olvidar nunca, dice ella) ancló un barco en Buenos Aires con cientos de inmigrantes. A pesar de haber dejado su casa del otro lado del océano, supo reconstruirla y armar un club, un hogar.
Nas Dom. Nuestro hogar.