Un viaje subjetivo a las tierras hebreas nos
acerca al conflicto más resonante del mundo. Cómo es la cotidianeidad de los judíos
en la disputa por las Tierras Sagradas.
Por Iván Hojman
Medio Oriente. Esas dos palabras
hacen ruido al mundo entero: denotan conflicto, guerra, todos contra todos. Y
si digo Israel, esa sensación se redobla: uno inevitablemente se pone a pensar
en el conflicto entre los judíos, esa religión de la cual no sabemos nada,
solamente que viven en una comunidad cerrada en Argentina; y los árabes, a los
cuales pensamos con el turbante, la barba y haciendo atentados por el mundo
porque sí.
Conocía la queja de los israelíes
ante el ataque de los países árabes, pero a la vez sabía que Israel es la gran
potencia militar de la zona. Conocía la consigna “Palestina Libre” y hasta una
canción del grupo español Ska-P me había informado con su tema “Intifada” que
“los verdugos se vuelven del revés”. Pero no mucho más.
No sé si todo el mundo piensa – o
pensaba- como yo, pero más o menos esa era mi idea sobre Israel antes de viajar
hasta allí.
El Viaje
Al viaje a Israel accedí por el comentario de una amiga de la escuela de periodismo. Me comentó que hay una política del Estado de Israel en conjunto con empresas que permite conocer el país a quienes sean tercera generación judía. Sin dudas entraba por mi apellido Hojman, aunque mi abuelo paterno haya sido el último practicante. Mi familia hebrea fue el certificado de “judeidad” que me permitió viajar.
La experiencia del viaje requiere una
preparación previa ya que en Israel los controles migratorios son muy
exhaustivos por el miedo al terrorismo.
-Si alguien les pregunta en el
aeropuerto cómo armaron la valija le dicen que la hicieron solos, que saben lo
que está adentro y que está todo bajo las medidas de seguridad. Ni siquiera
digan que su mamá los ayudó a armarla porque te hacen quilombo- advirtió uno de
los coordinadores –Lucho- antes de partir para Medio Oriente.
Para llegar a Israel viajé un día entero en avión. Un vuelo de 13 horas a Madrid y otro de 5 a Tel Aviv. Al pisar el aeropuerto de Tel Aviv quedé sorprendido por el intercambio cultural: se veía japoneses con sus cámaras, noruegos y suecos con sus pantalones cortos y las medias altas y, obviamente, a muchos judíos ortodoxos con sus barbas y sus sombreros negros.
Para llegar a Israel viajé un día entero en avión. Un vuelo de 13 horas a Madrid y otro de 5 a Tel Aviv. Al pisar el aeropuerto de Tel Aviv quedé sorprendido por el intercambio cultural: se veía japoneses con sus cámaras, noruegos y suecos con sus pantalones cortos y las medias altas y, obviamente, a muchos judíos ortodoxos con sus barbas y sus sombreros negros.
El calor era agobiante en el país.
Apenas bajé del avión el golpe del rayo del sol me pegó duro. Es un calor seco
diferente al que había sentido en Argentina: en Medio Oriente ni la sombra me
salvó del ahogo.
La mezcla cultural
Israel queda casi exactamente en el
centro del mundo. El país hebreo se ha transformado en una transición entre el
occidente y Medio Oriente, lo cual lleva a que lo árabe se mezcle con prácticas
occidentales y que de eso salga una mixtura muy particular. Y a todo este
choque de culturas, hay que agregarle, obviamente, las propias del judaísmo.
Apenas pisé Tel Aviv, la ciudad más
importante del país, quise comer algo autóctono. Pensaba que, como en
Argentina, la comida judía sería los knishes de papa o varenikes. Sin embargo,
la comida es netamente árabe y son los falafel y el shawarma las comidas
predilectas para comer al paso en la ciudad, que, dicho sea de paso, tiene la
rapidez de toda urbe capitalista. Estos platos típicos de la zona se comen en
lugares bien occidentales. En cierto modo, Israel parece una sucursal de Estados Unidos, con grandes
y coloridas publicidades que invitan a consumir y las autopistas amplias que
llevan a los mall –una especie de shopping pequeño.
Quizás el ejemplo más claro de la
mixtura sea la propia conformación de Israel como Estado: el país tiene como
idiomas oficiales el hebreo, el inglés y el árabe. En todos los carteles
públicos se repiten las cosas tres veces.
Mientras tanto, en la calle se pasean
las judías ortodoxas vestidas de negro, donde sólo dejan ver sus tobillos y sus muñecas. Paran en
un shuk –un mercadito- a comprarle dátiles a
un vendedor árabe, que con la remera de Messi del Barcelona, grita
desaforado que tiene las mejores verduras de la región.
La guerra se palpa
Una de las paradas más impresionantes
de mi viaje fue la ciudad de Sderot, un pequeño pueblo al sur limítrofe con la
Franja de Gaza. Las casas son bajas y todas de material. Hay muchas palmeras y
las calles son amplias y muy limpias. Por como pega el sol, si uno se despista
podría pensar que está en una ciudad balnearia, sin embargo, estamos en el
medio del desierto del Negev.
En este pueblo donde apenas viven 30
mil habitantes el conflicto con los palestinos se hace palpable: el asedio de
los misiles lanzados desde el territorio palestino. No hay casi gente en las
calles y son las dos de la tarde. Como argentino pensé –erróneamente- que están
durmiendo la siesta pero un pueblerino me saca la duda.
-¿Dónde está la gente?- le pregunto a
Itzik Horn, un periodista argentino que vive en esta ciudad hace 30 años y hace
de guía a los grupos latinos que llegan a la ciudad.
-¿Para qué vamos a salir?- me
responde rápido y me aclara: No se sale de las casas si no hay un motivo.
La ciudad parece una como cualquiera pero
no lo es: todo está preparado para resistir misiles. Todas las casas lucen una
estética particular ya que a un costado tienen un injerto de ladrillos de
concreto que desentona con el color beige. Son los nuevos cuartos blindados que
el Gobierno obligó a construir en los hogares ante el peligro de los misiles
palestinos.
Hasta las plazas están preparadas
para resistir a los misiles. Hay juegos que simulan serlo, pero en realidad son
refugios antibombas. La presencia de los misiles es tan intensa que hay una escultura
de un baterista medio desolado en una rotonda. Está construido con restos de
cohetes caseros (conocidos como Kassam) tirados desde Gaza.
Acá la diferencia entre la vida y la
muerte puede ser muy delgada pero la gente parece estar acostumbrada. Todos
saben que tienen 15 segundos para correr hacia un refugio -que puede ser desde
un comercio hasta una parada de colectivo- si suena la sirena de alarma. Pero
el cuerpo pasa factura: el 60% de las personas que vive en Sderot está bajo
tratamiento psiquiátrico por el sonido de las alarmas.
-Como las sirenas me agarraron varias
veces leyendo en el inodoro, tuve que poner un estante con libros y convertir
el baño en una biblioteca antimisiles- comenta entre risas Itzik, un hombre de
65 años que retacea las sonrisas atrás de su frondosa barba blanca.
Itzik me cuenta que, antes del inicio
de la Segunda Intifada en el año 2000, solía ir de vacaciones a las
paradisíacas playas de Gaza, donde los turistas israelíes eran recibidos igual
que los árabes.
-¿Por qué no te vas de acá y volves a
Argentina?
-¿Estás loco? Yo encontré mi lugar en
el mundo, me voy a morir acá.
El conflicto
A fines del siglo XIX, el periodista
judío Théodor Herzl funda el movimiento sionista, que propugna la creación de
un estado judío en la zona de Palestina en Medio Oriente, lugar del que había
sido expulsado el pueblo cientos de años atrás por numerosos imperios que
invadieron la región.
En 1947, la Asamblea General de las
Naciones Unidas aprueba el plan de partición de Palestina en un estado árabe y
otro hebreo, pero los países árabes rechazan la partición del territorio. Un
año más tarde, Israel declara su independencia en la zona otorgada, no sin
antes ir a la guerra contra los estados árabes de alrededor Egipto, Líbano,
Siria y Jordania.
El conflicto por el territorio
continúa y en 1967 se libra la Guerra de los Seís Días entre Israel contra la la
alianza entre Egipto, Siria y Jordania. El ejército hebreo gana y se queda con
territorios de los países atacantes. Estos territorios conquistados son lo que
en la actualidad reclaman los estados árabes.
En la actualidad, Israel mantiene
distinta relación con los territorios palestinos en disputa. En Cisjordania,
mantiene una ocupación militar ante la permisividad del gobierno moderado de la
OLP. En tanto, con Gaza mantiene el conflicto que está en boca del mundo: pelea
contra el grupo Hamas, que tomó el control de la Franja y que sostiene que
Israel no debe ocupar ese sitio.
El Ejército como unificador
En Israel las ideologías están entrecruzadas por muchos factores. Hay gente de derecha y de izquierda como en casi todos los países del mundo, pero a la vez hay grupos que sostienen que debe ser un Estado religioso y otros laicos, como también hay sectores pro-guerra y pacifistas.
En Israel las ideologías están entrecruzadas por muchos factores. Hay gente de derecha y de izquierda como en casi todos los países del mundo, pero a la vez hay grupos que sostienen que debe ser un Estado religioso y otros laicos, como también hay sectores pro-guerra y pacifistas.
No obstante, en lo que casi los 8
millones de habitantes coinciden es en la aceptación del Ejército. Sin dudas,
lo que más me sorprendió fue la apreciación de las Fuerzas Armadas que tiene el
pueblo israelí. El uniforme verde les da prestigio a esos jóvenes, que pueden obtener desde descuentos en ropa hasta un
falafel gratis sólo por el hecho de estar en la tzavá.
En las calles de Tel Aviv y
Jerusalén, las ciudades más importantes del país, se ven decenas de jóvenes vestidos
con uniforme militar a pesar de las altas temperaturas que hace. Hubo una
imagen que no pude sacármela de la cabeza y que resume la naturalidad con que toma
la sociedad israelí a los jóvenes soldados: una pareja de jóvenes se besaban
apasionadamente mientras esperaban parados al lado de la barra de un puesto de
comida al paso. Las manos de ambos recorrían el torso del otro, mientras
llevaban colgados rifles de guerra m16, los más poderosos del mercado. Como si
nada, los maniobraban y los apoyaron en la mesa para que no estorbaran el acto
de amor.
Como si nada.
-Nos criaron en un país donde
‘militar’ es mala palabra. Pero acá, sin el ejército no existiríamos porque los
vecinos de alrededor nos quieren eliminar- contó Alejandro, un jóven fotógrafo
de padres argentinos pero que vive en Israel desde que tiene 10 años.
-¿Pero no les preocupa tantas armas
en la calle y en manos de jóvenes?
-No tenemos elección: Si los árabes
dejan las armas mañana, en Medio Oriente no pasaría nada. Si Israel deja las
armas, deja de existir-
Regreso y pensamientos
Cuando se habla del conflicto entre
Israel y Palestina en Argentina no se tiene mucha idea de cómo se percibe allá.
Mis amigos, muchos militantes kirchneristas y de la izquierda nacional, fustigan
contra Israel y lo llaman un estado genocida. Algunos hasta lo comparan con los
nazis. Del otro lado, mi papá o profesores “progres” de la facultad, critican a
los árabes por su fanatismo religioso y defienden el poderío militar de Israel.
Sin embargo, este viaje abrió puertas
en mí. Interrogantes. No puedo decir que soy un especialista en el conflicto,
pero haber apreciado qué se vive en ese pequeño aunque intenso país, me dio una
sola certeza: el valor de la paz.
En Argentina, se tiende a pensar que
es algo fácil y natural porque somos un país pacífico. Tenemos suerte. En otros
países lamentan cada año, cada mes, cada día, la pérdida de seres queridos por
guerras que se deciden en escritorios.