¿Cuántas formas hay de ser varón?
Un grupo de varones de Haedo busca respuestas.
por Florencia Castro
Fuente: Colectivo Varones Floreciendo |
Al principio ríen, conversan, y
aclaran las reglas del juego. Más tarde, inmersos en incertidumbres, su piel
sudorosa, traidora, los delatará.
Es tiempo. Sus miradas están muy
cerca y las cartas ya están echadas.
El silencio parece invadirlos y
sus ojos están vidriosos, como a punto de estallar en llanto. Como si
escondiesen algo que tienen prohibido decir.
Inquietos, ahora desean gritarlo
todo. Todo eso que los oprime. Todo eso que les da privilegios. Todo eso que
los hace machos, bien machos, pero que en algún punto les molesta. Al menos
hoy. Ahora.
Cuando lo que se siente en el
aire y se lee en sus cuerpos es un “No quiero” al Patriarcado.
Lo gritan nuevos varones, los Varones Floreciendo.***
Se
había escuchado por ahí, de la voz de una periodista feminista, sobre la
existencia de varones distintos. Al menos distintos a esos que cualquiera acostumbra
a tratar. En un colectivo, sentados, ocupando los asientos con las piernas abiertas
a sus anchas. En la calle, subidos a un auto, a los bocinazos, mandando a una
mujer a lavar los platos. O en la silla de la casa, al terminar de comer, con
cierta pereza, de esa que jamás los deja levantar ni un vaso.
Al
parecer, es cierto. Existen y quieren cambiar.
O al menos lo piensan.
_Las
personas somos parte de la naturaleza y también tenemos que florecer, en el
sentido de poder mostrarnos como somos. Nosotros, como varones, somos como una
planta que no florece nunca; muy cerrada, muy hermética, muy reprimida-.
Varones Floreciendo surgió a fines de 2010, en
la organización social “el Transformador”, zona
oeste del conurbano, casi
en simultáneo con otros colectivos antipatriarcales como el de La Plata, o el
de la Ciudad de Buenos Aires. El grupo se compone de
varones diversos que se cuestionan a sí mismos, e intentan deconstruir sus
masculinidades, esas que los hace ser “normales”. O como quién diría, machos.
Aquel principio de año en el
“Transfo”, un grupo de mujeres, comprometidas y organizadas, solía juntarse a dialogar, a compartir
experiencias con otras. El objetivo fue siempre el mismo: problematizar las
relaciones patriarcales. Entre esas mujeres, estos varones, curiosos, las
acompañaban. Ellos formaban parte de la organización social que les dio
espacio, participando en actividades culturales, debates, e incluso en los
encuentros nacionales o regionales de mujeres.
Hoy, ellas forman la Colectiva Feminista “La Rabiosa”.
Ayer, fueron el puntapié inicial para que los varones vivan en carne propia la
lucha contra el sistema que los espanta.
-Les pedimos que nos dejen entrar,
y nos dejaron. Y después, ahí mismo fue el proceso de empezar a pensar cómo compartirlo con muchos más varones-.
“Diego” es uno de ellos. Con mate en mano, en voz alta y gruesa
admite ser uno de los Varones Floreciendo, junto a otros nueve varones. Se asoma, con rulos y una barba que cubre la mayor parte
de su cara. Se lo ve gigante, por un pasillo de la casona; esa reliquia del
siglo XX que se destaca entre edificios modernos y autos de último modelo. Está
ahí, en una esquina de Haedo, a dos cuadras de la estación del Ferrocarril
Sarmiento. Ahí, donde empezó todo.
Ahí juegan, se abrazan, se
conocen, y descubren que el sistema patriarcal los pone por sobre la mujer; el
sexo débil. Un sistema en el cual son testigos de un contexto sexista que
golpea – simbólica y físicamente-, viola, e incluso mata. Como muchos otros, ellos
buscan hacer visible ese lado oscuro de la masculinidad que socialmente hace
menos macho a los machos. Y así, Diego
lo asume:
_Poniendo
un poco más el cuerpo para encontrarse de otra manera.
Hoy, sus voces se hacen eco en
Tucumán, Santa fe, Mendoza y Neuquén. Y todos adhieren a una misma consigna: la
igualdad de género. Como alguna vez, por primera vez, lo hicieron las mujeres.
Porque la lucha que ayer era solo de ellas, ahora también les pertenece.
***
El
sonido grave de los bombos parece quebrarse ante los cantos en rima de las casi
500 voces femeninas. El día de la No violencia contra la Mujer, conmemorado
cada 25 de noviembre, las reúne una vez más. Pero esta vez no están solas.
Entre pancartas y largas banderas de denuncia, aquel 2009, asoman zapatillas
enormes, piernas peludas, y polleras, tapando las rodillas. Son varones platenses;
los primeros argentinos en destaparse. Cinco hombres que, hartos de ser quienes
deben llevar los pantalones, adaptaron su vestimenta y su lucha.
Así de
perturbadores, así de transgresores, dijeron presente algunos hombres convulsionados
en los años ’70, décadas después de la irrupción de movimientos feministas en los
debates sociales con sus proclamas; la igualdad jurídica, y derechos políticos,
presentes ya desde la revolución francesa.
Los estadounidenses serían los primeros hombres en reunirse para reflexionar acerca de los
papeles tradicionales que se les han asignado durante siglos. Se destacaría más tarde en
Londres, “Men for Men”. Luego el grupo “Achilles Heel”, con una revista de
política sexual, que los ubicaba como víctimas a ellos también. Los hombres
necesitaban pensar acerca del poder, la paternidad, la violencia, las
relaciones sexuales y sentimentales. Por eso se rebelaron. Principalmente, lo
hicieron contra la idea de no poder establecer relaciones expresivas con otros varones.
Porque eso no los haría sentirse poco hombres.
La
tierra española hoy encabeza la lucha a través de encuentros y campañas contra
la violencia que sufren sus pares femeninas, con AHIGE o Heterodoxia, por
ejemplo. De manera similar, en todo Latinoamérica, pueden oírse esas voces en
contra de la desigualdad de género. A través de la organización continental OMLEM, o en cada país, de manera particular;
GENDES (en México), Colectivo Magenta (Perú), Kolectivo Poroto (Chile), entre
otros.
Diego
asegura que Argentina también se sumó a la consigna, en busca de la
erradicación- incluso- de los actos violentos ínfimos de la vida diaria denominados
“micro machismos”. Se trata de pequeñas acciones que legitiman los casos
extremos de violencia actuales que en nuestro país mata 300 mujeres por año.
_Hay mucha violencia y no es
un juego. Nosotros no somos asesinos
de mujeres pero esa misma energía también nos habita… Que un varón pueda gritar
una obscenidad en la calle, que uno dice que no pasa nada. Ese hecho está
totalmente encadenado a un chabón que le pega diez tiros a su mujer…
Ya medio centenar de hombres pasó por el colectivo, a través talleres exclusivos, como el primer
Encuentro Nacional de Varones Antipatriarcales, en una jornada de tres días,
donde los del oeste fueron los anfitriones.
Aquella tarde soleada del 2012
quedó retratada así: las vías del Sarmiento en primer plano, atrás un grupo de
unos treinta varones y, al fondo, sobre la pared de la estación, dibujos y las
siguientes frases: “Yo también tengo un amigo hetero”, “lo personal es
político, lo político es colectivo”, “aborto legal ya”, “basta de femicidios”,
y “sin clientes, no hay trata”.
Desde ese día les
quedó claro que ser mujer, aún hoy, sigue siendo difícil. Así como también lo
es estar en el cuerpo de un hombre. Ocupar el rol de hijo en un mundo machista,
tampoco pareciera ser lo más cómodo. Y Diego lo empezó a entender desde que fue
padre y abrió sus ojos a maneras diferentes de vincularse.
Contra el
sentido común, él es quien en este momento tiene a cargo a una de sus hijas. A
quién no tendría problema en cocinar, lavar y planchar la ropa, o tender su cama.
Sin pudor, admite que su paternidad lo motivó a formar parte de la
organización.
Ahora se siente
más cercano, más sensible, con más escucha para con él, su rol y en relación a
su propio padre. Una persona que muchas veces sintió casi como un desconocido. Porque
según Diego, en general, de niños, uno
pasa la mayor parte del día con la madre. Ella nos levanta a la mañana, nos
lleva a la escuela. Y luego, mientras hace las tareas del hogar, también
cocina. Hasta que llega el macho.
Diego, como el
resto del colectivo, quiere deconstruir esa estructura patriarcal familiar que
impone al varón ser proveedor de dinero, de cosas materiales, y tan poco (o
casi nada) de afecto.
Son las siete de la tarde de un
viernes en un aula de la Universidad Nacional de La Matanza. Diego y otro
compañero toman mate, sentados como dos alumnos más, y esperan la charla que
los convoca.
Un video de dibujos animados titulado “¿sueño
imposible?” muestra una escena de igualdad de género y arranca risas entre el
público: un nutrido grupo de alumnas y solo cuatro varones. Diego hace la
presentación de cortesía, de esas que anuncian quiénes son y por qué están ahí.
Mate que va, mate que viene, y el
aire se vuelve tenso. Las mujeres parecen conmovidas con estos varones
diferentes. Los escuchan, les hacen preguntas y muestran cierta admiración ante
una cruzada que los une. Pero el único varón que se atreve a dialogar, parece
algo incómodo ante sus pares y los interpela.
_Tengo una percepción, como que ustedes se
están autocriticando todos los actos que hacen como “varones”. ‘Tengo que
criticarme porque soy varón’. No se terminan de realizar como personas o se
sienten culpables de haber nacido varón…
_Está bueno lo
que decís. Si vos lo percibís, te debe estar pasando. Yo me siento bárbaro- Retruca
Diego, ante una breve discusión que parece una de esas riñas que se dan por
fútbol, política o una mujer.
El diálogo se retoma, y las risas rápidamente diluyen
el clima tenso. Quizás había sido un mal entendido. O quizás ese varón, desde
afuera, no lograba comprender algo que para los Varones Floreciendo está en el aire.
***De pie, dispersos en el espacio, toman en sus manos vendas de tela, y cubren sus ojos hasta que solo uno de ellos queda con la vista al descubierto (Ese último será quien guíe la actividad).
Lentamente, empiezan a caminar sin rumbo definitivo.
Cuando el coordinador lo sugiere, cada uno comienza a detener el paso y buscar
un compañero. Entonces se encuentran, al tacto, como si no tuviesen otro
sentido despierto. Se tocan. Se conocen, cada uno a su manera.
Pasa un rato, minutos, y a veces casi una hora. Se
alejan y vuelven a perderse. Otra vez, caminarán sin destino fijo, hasta que la
orden sea hallarse de nuevo. Con la única información que puede haberles
quedado marcada en la piel.
_Después, lo que pasa ahí, le pasa a cada uno…
Así, distintos, pero sensibles al fin. Así, con
ejercicios como ese, de contacto mínimo, u otros más corporales, como abrazarse
sin un sentido lógico (o patriarcalmente normal) siguen siendo varones. Y siguen
siendo machos.