viernes, 9 de septiembre de 2011

Jerga narco: el dilema del periodismo mexicano

En México, el drama del narcotráfico muestra otra cara. La jerga de los narcos gana cada vez más terreno entre sus habitantes e incluso en los medios de comunicación, a costa de políticas públicas tendientes a erradicar este lenguaje de la rutina informativa. ¿Naturalización de la violencia o estímulo para sobrellevar el peligro? Voces a favor y en contra.


Por Carolina Ramos

“Investigan a dos levantones en Cancún”; “Localizan dos cuerpos en narcofosa en Nogales”; “Encuentran a cuatro encobijados”; “Hallan a 2 ejecutados encajuelados en un taxi”; “Piden vigilar corporaciones para evitar halcones”.

A simple vista, nada parecería extraño en estos titulares. El mexicano que aquella mañana leyó el diario, sabrá que en Cancún investigan a alguien que secuestró o mató a otro, drogas de por medio. También sabrá que los halcones son los informantes de la mafia, y que si alguien es llamado encobijado es porque hallaron su cadáver envuelto en una frazada. Esa persona, por alguna razón, conoce los términos. Domina la narcojerga. Y es parte del 82 por ciento de los habitantes que consideran al narcotráfico y al crimen organizado como la principal amenaza de su país. ¿Hasta dónde llega el poder del narco?

Para Gloria María Cervantes, maestra en ciencias del lenguaje, no se trata simplemente de términos: “un nuevo discurso emerge del imaginario de la gente a partir de las experiencias derivadas de la violencia vinculada al crimen organizado”. Un discurso que se infiltra en la vida diaria, convive con los mexicanos, y ya es parte del lenguaje común. “Creo que se están dando diversos tipos de creación de nuevas palabras, a distintos niveles y con distintos usos. Está surgiendo en el léxico que está respondiendo a nuevas realidades”, explica la especialista, y agrega: “lo está impactando a nivel de discurso, en nuestro imaginario colectivo y en la representación que tenemos de la sociedad. Obviamente eso se refleja en el vocabulario”.

Una verdadera epidemia lingüística se extiende a lo largo y ancho del país centroamericano. Pero los efectos de la narcojerga no llegaron sólo a los lectores: México es escenario de un controvertido debate entre distintas voces periodísticas y académicas, y al cual las políticas de Estado no son ajenas. “El dilema de la narcojerga es parte de un debate más amplio sobre la forma de cubrir una violencia del narcotráfico cuyas imágenes se vuelven cada vez más crudas”, explica el Diario de Yucatán.

“Mamá, me voy a la cama que mañana tengo un levantón”. “Quizá porque asesinato es una palabra muy fea –explica el antropólogo y periodista Luis Fernando Roldán Quiñones-, los que se ganan la vida con la muerte siempre encuentran la forma de alumbrar nuevas palabras para definir sus actividades”. Por eso, para Roldán Quiñones, “levantón suena raro, pero es mucho mejor que explicar a una madre en qué se va a ocupar la jornada. En realidad, significa secuestrar a un rival para torturarlo y descerrajarle un tiro a quemarropa”. Otros ejemplos aclaran el panorama: “desayunar con la noticia de que eres un borrado es más fácil de digerir que estás muerto, y que te llamen manchado parece preocupar menos que la certeza de que estás señalado para que te ejecuten”, agrega el periodista.

Roldán Quiñones forma parte de aquellos que sostienen que esa serie de eufemismos puede ayudar a la gente a hacer frente a los horrores que la rodean. Extraña paradoja: una epidemia, pero medicinal. Una medicina que respondería a la necesidad de encontrar los términos más claros e idóneos para describir la realidad de la violencia, y “sanar” esa sensación de peligro permanente.

“Tener una palabra que describa un evento terrible puede hacerlo más fácil de sobrellevar”, sostiene Ricardo Ainslie, profesor de la Universidad de Texas, y opina con fundamento: estudió los efectos psicológicos de la violencia en Ciudad Juárez, una de las más peligrosas del mundo. “Ese lenguaje nos sirve para asimilar situaciones muy abrumadoras, la gente necesita esta jerga para estructurar esas experiencias”.

Raúl Ávila, profesor del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, sostiene asimismo que “no hay nada malo” en emplear esos términos para describir la realidad. El especialista argumenta que, con el uso de estas palabras, lo que se hace es describir de manera “menos directa o cruel” un hecho o suceso sangriento, y que la existencia de eufemismos “es parte de la vida normal del lenguaje”. Pero hay quienes no lo consideran así.

“La narcojerga adormece”. Un anestésico: así es como otras voces califican a esta epidemia de la jerga del mundo de las drogas. Anestésico que hace que la violencia parezca algo de rutina, cuando no debería serlo.

Isabel Miranda de Wallace es una de las tantas activistas mexicanas que creen que esta jerga es una forma peligrosa de aludir a la realidad y deja poco espacio para la indignación por la violencia. “Decir levantón le resta gravedad al caso, porque es un término que usan los secuestradores”, sostiene.

“Entonces -concluye Marco Lara Klahr, periodista e investigador-, con el uso de este lenguaje, un hecho atroz se asume como normal”.

Incluso algunos medios mexicanos son conscientes de lo que implica incorporar estos términos en su rutina informativa. Es el caso del periódico “Nss Oaxaca”. En uno de sus artículos, señala: “los mexicanos –ciudadanos comunes, medios de comunicación y hasta autoridades- hemos adoptado en buena medida el lenguaje de los narcos en nuestras vidas diarias, en nuestras coberturas informativas”, y reconoce que “palabras como narcofosas, encajuelados, narcomensajes, levantones y demás términos que hasta hace algunos años no eran parte de nuestro lenguaje hoy ya son comunes”.

El poder simbólico del narco. Hasta dónde llega el poder del narco fue la pregunta inicial. La antropóloga mexicana Rossana Reguillo parece tener la respuesta: “los medios, especialmente los convencionales, han sucumbido frente al poder simbólico del narco”.

“Uno de los efectos más peligrosos del narco –explica la experta- es el de hacer colapsar nuestros sistemas de significación y ahí el papel de los medios debe ser clave”.

¿Y el Estado? “El fenómeno de la popularización de la jerga de la delincuencia (…) se da en un Estado mexicano sobornado, infiltrado, perpetrado por las organizaciones criminales”, sostiene Reguillo. Tal es así, que “el gobierno suele quejarse de que el país es retratado injustamente por la prensa como un territorio asolado por el crimen”, según señala Mark Stevenson, periodista de la Agencia AP. Así, las autoridades mexicanas, desbordadas cual vaso de agua por palabras que brotan con cada vez más frecuencia de las bocas de los mexicanos, lanzaron una campaña oficial llamada “Habla bien de México”. En un intento por detener la epidemia ya extendida, la prensa debe atarse a un verdadero chaleco de fuerza y empezar a cuidar los términos que emplea. Se trata de un acuerdo voluntario suscritos por las cadenas televisivas más poderosas y algunos diarios, que señala que los periodistas deben evitar el uso de la terminología empleada por los criminales. ¿Censura? ¿Ocultamiento de la verdad? Sea lo que fuere, periódicos mexicanos como Reforma y La Jornada eligieron no firmar el acuerdo. De la misma manera, algunas figuras públicas, como la columnista y escritora Guadalupe Loaeza, manifestaron abiertamente que “es un absurdo, un puritanismo” y que “el mundo de los carteles y de la droga es la realidad y tenemos que mostrarla (…) cuando haces un reportaje de fondo, es muy importante reflejar la forma exacta de hablar de la gente”.

“Sensibles al costo humano de la guerra contra el narcotráfico –señala un artículo del Diario de Yucatán-, los funcionarios han ajustado las palabras para enfatizar que la violencia se origina con los sicarios de los carteles, no con las operaciones de policías y soldados que buscan combatirlos”.

Pero hay algo más: el gobierno cambió oficialmente el nombre de la base pública de datos sobre muertes relacionadas a la guerra contra el narcotráfico. Ya no es más “Base de datos de homicidios presuntamente relacionados con la delincuencia organizada”. Ahora, se llama “Base de datos de fallecimientos ocurridos por presunta rivalidad delincuencial”.

Mientras el Estado busca la manera de erradicar esta jerga de un país que respira la densa atmósfera narco por los poros, la Real Academia Española publicó el Diccionario de Americanismos. Así, entre las acepciones que contiene el libro, palabras que usan desde los sicarios hasta los grandes jefes de la mafia, como plomear, ejecutar o pase, cuentan con primera vez con el reconocimiento de los académicos de la lengua.

“La cultura del crimen organizado y los narcotraficantes mexicanos es un nuevo campo semántico que debemos conocer” explicó a La Jornada el director de la Academia Mexicana de la Lengua. José Moreno de Alba. Aunque está claro que “es un diccionario descriptivo, no formativo”, tal como lo aclaró Humberto López Rivas, coordinador del trabajo.

Moreno de Alba explicó las razones de los académicos para reconocer sin ningún tipo de dilema moral los giros, acepciones y vocablos narco. “Creo que el crimen organizado no sólo revoluciona el idioma, revoluciona la vida de los ciudadanos, que es lo más grave. (…) En este caso el crimen organizado, como cualquier otra organización, sea delictiva o no, tiene su propia jerga, su manera de expresarse y un diccionario completo debe ir estudiando esto”, razonó. Y, en cuanto a los medios, opinó: “El periodismo, atinadamente, está dando a conocer estos términos, que son informativos, y una manera de informarse con más precisión es usar las palabras que remiten a esas agrupaciones delictivas”. Para Moreno de Alba, “una sociedad que quiere estar bien informada necesita saber este tipo de vocabulario. Y si ahora, en la vida cotidiana, la delincuencia organizada en un ingrediente de los problemas, tenemos que conocerlo (…) Ahí está, no hay que negarlo, y es parte también de la lengua española”.

En base a esto, Reguillo introduce un nuevo aspecto a la discusión: el “paso de la violencia utilitaria a la violencia expresiva”: “me parece que el narco mexicano –razona- se ha dado cuenta de la necesidad de “aparecer” en los medios de otro modo, ampliar las bases de su poder simbólico. Darle la vuelta a los medios desde los mismos medios, convertirse en emisores “calificados” y no sólo en los objetos de emisión”.

En un círculo vicioso, los narcos crean códigos para identificarse. Los medios sucumben a este poder y toman esos códigos. Finalmente, los mexicanos consumen esa jerga. El círculo se repetirá una y otra vez mientras la capacidad humana de crear lenguajes siga reproduciendo nuevas palabras para definir el mundo. Y dará lugar a nuevos debates. Voces a favor y en contra buscarán la manera de dar explicaciones sobre esta nueva epidemia que azota al territorio mexicano. No siempre se llegará a consensos. Pero nadie podrá negar que el mexicano que aquella mañana abrió el diario sabrá que los postes son informantes narco apostados en las esquinas, y que donde hay alguna casa marcada con un grafiti, habrá sido obra de un ventana.

¿Penalizar o Despenalizar? Esa es la cuestión…


El debate sobre la despenalización de la Marihuana parece ser un túnel sin salida. Un tema que acerca y aleja generaciones.

Por Victoria Malaguer

Reggae, mate y cerveza. Una pequeña plantita de cannabis es alzada entre la multitud. Los carteles gritan “Sí al autocultivo”.

Una multitud de variados estilos musicales va de Plaza de Mayo a Congreso. Una vez al año hay algo que los une: su pedido por la despenalización de la marihuana.

Aplausos. Gritos. El Congreso está frente a sus ojos.

Porros más, porros menos, la ley argentina penaliza la tenencia y el cultivo de marihuana, pero no así el consumo. Sin embargo, la falta de reglamentación lleva a los consumidores a la detención.

Con media sanción en la Cámara Baja es el proyecto de Libres del Sur el que plantea una nueva situación para la comunidad cannabica:

Liberar el autocultivo, la tenencia simple y mantener la pena de hasta quince años para quien propague la venta.

“Se necesita educación, no castigo. Hoy el principal problema de la juventud es el alcoholismo y no el consumo de marihuana. Las adicciones no pueden ser tratadas desde la prohibición y la discriminación. Se apunta a la legalización para lograr la inclusión”, grita la diputada Victoria Donda entre la multitud.

Es ella la principal defensora del proyecto. Su voz parece traspasar las gruesas paredes del Congreso.

“Esta ley lo único que hace es llenar las cárceles de consumidores o cultivadores que lejos están de ser delincuentes. No es ninguna novedad, además que el narcotráfico perdura gracias a los contactos que mantiene con policías y políticos “.

No es nada nuevo, pero pocos se animan a gritarlo.

Gritos. Festejos. Entre tanta euforia hay quienes todavía no saben de qué se habla.

“Qué buen mambo. No entiendo nada”. Tiene quince años y varias secas encima. Pide por sus derechos aunque no sabe cuales son. Él sólo sigue la marcha.

“Es necesario educar desde la primaria. Educar sobre sustancias y adicciones. La educación no es más que libertad para elegir”, afirma el especialista en adicciones Esteban Priego.

Mitos y verdades

Que genera adicción, que es la entrada a otras drogas, que quema neuronas. Los mitos urbanos crecen como las flores.

“Es imprescindible conocer cada caso, el recorrido de la persona, sus necesidades, sus faltas. No todo el que fuma un porro es adicto”, sostiene Priego.

50 años y treinta de cultivadora-consumidora tiene Adriana Haze. Sus ojos verdes se encienden con facilidad.

“Todavía hay gente que piensa que la marihuana es una entrada a otras drogas y no es así. Es un mito. Conozco casos de las madres del paco, que ayudan a sus hijos a aprender a cultivar marihuana, a tomarla como forma de vida y han superado su adicción al paco desde sus vínculos con el cannabis, como también casos de alcohólicos”, explica convencida.

Miembro del grupo de Cannabicultores de Zona Sur y madre de una adolescente de 20 años Adriana no ahorra detalles: “creo que es muy importante que uno como padre, fume o no, se acerque a sus hijos y les suministre la información que necesitan. Después, se trata de una elección personal, que de esta manera, será tomada a conciencia. Micaela se crió rodeada de todo esto y hoy elige no fumar, simplemente porque nunca le llamó la atención”

Lo que el tiempo se llevó

Cuarenta años atrás la marihuana llegaba a Argentina con el nombre de “prensado paraguayo” en referencia a su procedencia, para ese entonces, no se conocían los métodos de cultivo.

“Actualmente, el prensado que ofrece el mercado clandestino es un híbrido tóxico que poco y nada tiene de natural”, sostiene el médico Guillermo Barreda.

“Es importante que la comunidad científica de vuelta la cara hacía algo que está al alcance de tus propios hijos. Si el tipo tiene marihuana para vender y se le llenó de hongos, la va a vender igual y hasta le va a poner funguicidas”. Las palabras de Guillermo Barreda son una sentencia

Micaela no encontró en la marihuana su foco de rebeldía. Ni su “escape de la cotidianeidad”. Muchos de sus amigos sí, y desde el castigo y la prohibición no se obtuvieron buenos frutos.

“Cuando llegó a la pubertad y sus amigos empezaron a descubrir el faso, ella les explicaba que lo que compraban muchas veces había sido orinado, que le podrían haber puesto pesticidas. Les decía que no compraran, que cultivaran ya que lo que ellos fumaban no era la flor pura del cannabis sino el prensado”.

Un juego en el que pocos ganan

La red de narcotráfico traspasa todos los estratos sociales. Y encuentra en el adolescente vulnerable el mejor postor.

“Es necesario apuntar directamente a los sectores de poder que manejan el gran negocio. Encarcelar a los pibes que fuman porro es el camino más conveniente para algunos Más allá de los argumentos que posicionan a la marihuana como algo natural, los efectos y demás, hay que entender que no es más que un debate ideológico”.

Las palabras de Priego apuntan directamente al desmantelamiento de las redes desde la despenalización y la estricta reglamentación por parte del Estado. Un Estado presente que ante un posible cambio en la legislación necesario actualice la información sobre drogas disponible para cualquier adolescente.

Sector Fumadores: No pasar

Innumerables aristas relucen en torno al debate sobre la despenalización de la marihuana. La discriminación es una de ellas.

Según el INADI “las personas que usan sustancias ilegales y legales enfrentan a menudo situaciones de discriminación, rechazo y violencia que conllevan a la privación de sus derechos fundamentales, específicamente del derecho al acceso universal y gratuito de la salud.”

Mediante el proyecto de Ley NACIONAL (0517-D-2008) se presenta la creación del Plan Federal de Asistencia Pública de las Adicciones. Este proyecto ya cuenta con media sanción en la Cámara de Diputados de la Nación. Los puntos centrales rondarían en desarrollar un sistema público de asistencia universal y gratuita para el abordaje de la problemática de las adicciones en todo el territorio nacional, fortalecer los servicios de salud mental y centros de salud de carácter publico, respetar la autonomía individual y la singularidad de las personas que demandan asistencia para el tratamiento de las adicciones.

“La adicción es el síntoma, la enfermedad es otra cosa”. Las palabras de Priego quedan flotando en el aire.

Adiós Nonino

Por Victoria Malaguer

Cielo azul y campo. Las flores amarillas salpican los alrededores. La chica de trenzas y vestido blanco corre. El corazón parece salir de su pecho. No puede más, pero corre. Llega a la casita de madera y golpea la puerta con furia. Una y diez veces, hasta que una anciana vestida de luto sale enfurecida. La joven implora que la escuche. La anciana está por correrla a escobazos cuando la chica rompe en llanto. “Tu figlio é vivo” le dice en un sollozo.

Media hora después Rosario se desmayaba. El menor de sus siete hijos estaba ante su puerta y aunque habían pasado seis años, su mirada celeste era la de siempre. Del resto no quedaba nada.

Io sono Vito Cudemo

Cuarenta y cinco años tenía Rosario cuando supo que sería mamá por séptima vez. Lloró por horas, a sabiendas de que los vecinos juzgarían a su hijo de “bastardo” ya que su marido era un hombre ciego y anciano.

Secó sus lágrimas y habló con su hija mayor. Para el pueblo, Vito sería el hijo de Teresa. Y así fue.

Los años pasaron, papa Pascual murió, los hijos se casaron y algunos se fueron del país.

Vito fue a la escuela hasta segundo grado. Gritó y pataleó pero a los ocho años empezó a ir al campo con su mamá.

Salían de casa siempre antes que el sol y cuando terminaban de cruzar la plaza, se descalzaban. Las cuarenta cuadras siguientes eran puro campo.

“Mio figlio tiene que laborare, siempre laborare”, repetía mama Rosario.

Cultivaban y recolectaban y al ponerse el sol cargaban todo en el burro y volvían.

Se calzaban y entraban a la plaza de San´t Arcangelo. Por un largo rato, Vito veía a su mama intercambiar las cosas. Él se alejaba. Se sentaba cerca de un grupo de hombres y esperaba. Hombres altos, fuertes. Fumaban y hablaban “cosas importantes”. Algún día, él sería como ellos.

Los años pasaron y la caminata se tornó solitaria. Rosario lo esperaba en casa con la leche caliente y las tostadas a punto, pero ya casi no podía caminar. Él apuraba el paso para ver a su mama y ni cuenta se daba de la chica de vestido blanco que todas las tardes lo miraba pasar.

Cuando Vito cumplió 16 años llegó una carta que cambiaría su vida para siempre. Mama Rosario no derramó ni una lágrima. Preparó el uniforme, le besó la frente y se fue a la cama. Ya no habría en su casa aroma a pan caliente por un largo tiempo.

Io sono Stella

Con unos pocos años y muchos sueños encima partió a combatir. Sus brazos temblorosos recibieron un fusil y sus pies descalzos fueron aprisionados por unas botas. Alguien le dijo que olvidara su nombre. A partir de ese momento Stella tenía que ir al frente.

Las primeras noches en la montaña lo encontraron desesperado. Miraba el cielo y por momentos la calma llegaba. Latente estaba aquella stella que lo guiaba.

Los días pasaban entre la muerte y el hambre, solo si alguno encontraba una rata o una víbora se cenaba.

Eran ellos los jóvenes partiggianos que, conocedores de la montaña, solían sorprender a sus enemigos en medio de la naturaleza.

Los años pasaban y Vito veía en sus pares lo mismo que en él: el cuerpo agusanado y el alma rota.

Un día como cualquier otro, la montaña los traicionó. Muchos escaparon y otros como Stella, fueron llevados prisioneros por el ejército americano.

En sus peores pesadillas revivirá el momento en que fue puesto en la fila de aquel paredón, con sus compañeros susurrando algo, apretando los ojos ante la muerte.

Segundos antes de que los estruendos llovieran, cayó desmayado. Rápidamente, lo corrieron a las patadas. Fue apilado y sustituido.

Su stella no lo había abandonado.

Lo primero que vio al abrir los ojos fue la sonrisa de una monja de ojos transparentes que escurría un paño húmedo y lo colocaba en su frente.

Nadie coincidirá jamás en como llegó a aquel convento pero fue allí donde, de a sorbos recuperó la vida. Y para ese entonces, la guerra ya había terminado.

Tu figlio é vivo

Con su vestido blanco Dominga fue a misa como siempre. Jamás imaginó que aquel día, él volvería de la muerte.

Cuando sus ojos por fin se encontraron, Vito vio que Dominga había crecido, mientras que ella solo vio tristeza, su Vito ya no era el mismo.

Por dos años, se besaron a escondidas y se entregaron promesas. Después se casaron y en un abrir y cerrar de ojos se estaban despidiendo otra vez. Con los únicos ahorros de Rosario y huyendo de la miseria que había arrojado la guerra, decidió partir a Argentina.

Besó el vientre de Doma, como él solía llamarla, y rogó a Dios que le regalara un varón. Vito conocería a su hijo Pascual dos años después.

Arrivederci Italia

El Toscanelli arribó a las costas argentinas en Mayo del 49. Enfermo y cansado, tocó tierra firme después de 45 días. Su hermana Teresa lo esperaba en el puerto.

Vito fue a parar a un conventillo. Era el patio central lo que más le gustaba. Copas, cigarrillos y naipes. Cuando terminaba su trabajo de barrendero sabía que un partidito con sus paisanos lo esperaba. A uno de ellos le compró por unos pocos pesos un terreno en Haedo. Allí trabajó incansablemente y cuando tuvo terminadas dos piezas, mandó una carta a su mujer.

A los cuatro meses, Doma arribaba con su hijo en brazos.

Vito salía a las cinco de la mañana, volvía a almorzar, dormía la siesta y después se iba a trabajar nuevamente (había conseguido un puesto en el subterráneo)

En las cenas solía tomar unas copas y comer una feta de queso. Tambaleando llegaba a la cama. No obstante, no había descanso ni de día ni de noche. En la oscuridad, los gritos inundaban el silencioso terreno.

“Don Vito y las pesadillas otra vez”, le decía angustiado José a su mujer Carmen. Los cuatro se querían como hermanos. Así que a la mañana siguiente ni los gritos ni las pesadillas parecían haber existido en la casilla de al lado.

Mia principessa Norina

Tras haber perdido cuatro embarazos y con el fin de preservar al sexto bebé que albergaba su vientre, los médicos le sugirieron a Dominga que permaneciera internada. Según ella, fue en ese tiempo que “la putana” se metió en su casa. Y en el corazón de su marido.

Alta, rubia, de curvas pronunciadas. Cuando Vito veía la maceta en la ventana de su habitación significaba que Don Tito había salido a cazar pajaritos y ella lo estaba esperando.

Don José dirá que Laura lo había embrujado ya que en cada copa ponía unas gotas de su sangre. Cierto o no, él había perdido el control.

Cuando Dominga volvió a casa con su beba Nora, ni su hijo de doce años ni su marido estaban allí.

A partir de ese momento, las peleas por ella se hicieron rutina.

En una de las tantas discusiones y con varias copas encima Vito le clavó un tenedor en el brazo a Dominga.

“Vos canta como la chicharra que cuando termines de cantar vas a reventar como ella”, le gritaba enfurecida. Pascual solo lloraba.

Los años pasaron y el silencio creció entre padre e hijo. Cada vez que Vito quería levantarle la mano a su esposa, su hijo se interponía. Una de esas veces y, ciego de ira, Vito intentó matarlo con un hacha. Por “hablar de más”, por decir que la plata de los ahorros había desaparecido para pagar un aborto. Antes de poder hacer nada, José lo barrió de un palazo.

Muy diferente era la relación con su Norina.

Cada mediodía ella lo esperaba en la puerta. Él siempre traía una bananita dolca en el bolsillo de su camisa.

“¿Por qué llora mia principessa”? le preguntaba cuando estaba triste.

“Solo si las lágrimas son saladas, son verdaderas”, decía. Ella sonreía.

Adio amore mio

Cuando Nora creció, y Pascual optó por casarse, Dominga decidió huir.

“La vi salir con su vestido azul y supe que algo malo estaba pasando”, recuerda Carmen con los ojos vidriosos.

Día tras día Nora y su padre volvían a casa sin noticias. Un día de esos, escuchó su llanto. Fue esa la primera y la última vez que Nora vio llorar a su padre. Entró a la pieza y le pidió que la dejara probar sus lágrimas. Él sonrió.

Dos meses después, una carta revelaría que Dominga estaba en Junín. Vito sabía que era su hijo el único que la traería de vuelta. Y así fue.

Las aventuras cesaron y los golpes también, pero como una burla cruel del destino, su vida también comenzó a extinguirse.

Perdió el pelo y bajó mucho de peso. Tenía el cáncer localizado en el pulmón izquierdo, tan cerca del corazón que no podía ser operado.

El último tiempo transpiraba constantemente, volaba de fiebre, comía muy poco.

Cuatro años después, estaba en una cama del hospital Posadas esperando que según él, su mama lo fuera a buscar para ir al campo.

Esa noche Doma no se despegó de él ni un momento. Apoyó su cabeza en su pecho y oyó que le susurraba que a pesar de todo siempre la había amado. Se quedó dormida mientras él le acariciaba el cabello. Esa noche, la chicharra cantó por última vez.

Una vida sobre rieles

Con 40 años de servicio en el ferrocarril, Adolfo Ramos fue una de esas personas comprometidas con su trabajo, su familia y las cosas simples. Un repaso por la historia itinerante de un hombre que se ganó el cariño y el respeto de todo aquel que lo conoció.

Por Carolina Ramos

Cada tanto suelen aparecer en los diarios noticias extraordinarias del tipo “Pareja con doce hijos” o “Anciana cumplió 102 años”. Adolfo Ramos debía sentirse afortunado. No salió en ningún diario, y tuvo apenas dos nietos de sangre. Sin embargo, todos los chicos del barrio lo llamaban “abuelo”, un rótulo que supo ganarse a lo largo de toda una vida.

Adolfo Ramos nacía hace 85 años, un 15 de junio de 1926, en Ingeniero Luiggi, extremo norte de la provincia de La Pampa. Hijo de Plácido Ramos y Francisca Urteaga, era el segundo de nada menos que once hermanos: dos mujeres y nueve varones. Vivió en Intendente Alvear, donde cursó el colegio hasta 6to grado, y donde tantas veces habrá bromeado que “iba hasta los sábados”: “Siempre comentaba eso para hacerme enojar”, recuerda entre risas “Chola”, su esposa.

Al terminar el colegio, a Adolfo se le venía la vida. Trabajó de peón rural hasta los veinte años, cuando encontró su verdadera vocación: el tren, esa extraordinaria máquina alargada e imponente que escupía el vapor del progreso. Por aquel entonces, el silbido que anunciaba la llegada del tren era un verdadero acontecimiento para los pequeños pueblos: “Cuando llegaba la hora que venía el tren, siempre me escapaba para ir a la estación”, recuerda Pablo, su hijo varón, quien heredó de su padre la pasión ferroviaria.

Adolfo fue ferroviario en distintas especialidades entre 1946 y 1986. Sesenta años tenía Adolfo cuando se jubiló, y cuarenta de servicio en el ferrocarril. Fue peón, cambista de vías y guardatrén. En esa etapa, desarrolló una verdadera impronta de hombre flaco, alto, siempre de traje y con un bigote que imponía respeto entre sus compañeros, que sin embargo aprendieron a quererlo. Su hija mujer, Estela, rememora: “Papi era un hombre muy inteligente, sabía de política, de fútbol, de todo lo que pasaba, y tenía muchos amigos en el trabajo, era muy respetado porque era un hombre que sabía”.

El mismo año en que comenzó su carrera sobre rieles, Adolfo fue enrolado en el servicio militar en San Martín de Los Andes, provincia de Neuquén, en el sector de Caballería. “Nunca fue militante político ni gremial, pero sí un férreo

defensor de las conquistas laborales ferroviarias”, recuerda Pablo. Quizá ese motivo, sumado a una interesante cuota de curiosidad, fue lo que lo llevó a Adolfo aquel 16 de junio de 1955 a ver qué pasaba en Plaza de Mayo, para pasar a ser testigo del bombardeo que intentó asesinar al entonces presidente Juan Domingo Perón.

Pero algunos años antes, el destino lo haría conocer a una simpática empleada en la antigua Unión Telefónica fanática de la cocina: Luisa Esther Rolandi, “Chola”, para todos. Por aquellos años no había comunicación directa entre los abonados. Quien quería hacer una llamada, debía comunicarse primero con la oficina pública de teléfonos, llamando a una de las dos centrales –la de Tejedor, y otra en Roberts, partido de Lincoln-, por un sistema conmutador. “Chola” trabajaba en la oficina, y al mismo tiempo vivía allí, en una casa ladrillada de amplio patio con aljibe y gallinero.

Adolfo y “Chola” se casaron un caluroso 31 de enero de 1958 en Carlos Tejedor. Para vivir eligieron Timote, un pueblo remoto en el mapa, chiquito, 396 kilómetros al oeste de la provincia, que se pierde entre otras localidades un poco más grandes del partido. Quizá Timote no existiría más que para sus 100 o 150 habitantes, si no fuera porque allí la agrupación Montoneros asesinó, en 1970, al General Eugenio Aramburu. Fue en la estancia La Celma, una construcción alta y solitaria en medio de un descampado, donde Timote pasó a la historia. Para ese entonces, Adolfo ya estaba en Buenos Aires.

Una esposa y dos hijos dejó Adolfo en Timote: Pablo Daniel, nacido en 1960, y María Estela, dos años después. Cuando Pablo tenía siete y Estela cinco, una reestructuración ferroviaria obligó a que se cerraran los talleres en Timote, pertenecientes al ramal ex Sarmiento que unía Once con General Pico. Adolfo es trasladado a Buenos Aires, para ser empleado como guardatrén en la estación Haedo, esta vez en el tren con recorrido Lobos-Luján-Mercedes.

Quizás fue ese afán por la paz campestre de sus primeros años lo que llevó a Adolfo a comprar una casa en La Reja, partido de Moreno. Una casa en calle de tierra, con un patio enorme al que años después “Chola” se encargaría de dar vida.

Doce años vivió Adolfo allí solo. Fue en 1979 cuando su mujer, luego de jubilarse, llegó para instalarse también en La Reja con sus dos hijos. “Chola” cultivó plantas de todos los colores, tamaños y formas, y Adolfo cultivó nietos. “Era como el abuelo de todos -recuerda su esposa-, nunca faltaba algún chico que viniera a pedir que le inflara la bici o que viniera a pedir caramelos”. Así fue como Adolfo se ganó el puesto de “abuelo de todos”. “Abuelo” por aquí, “abuelo por allá”. Los chicos brotaban de todos lados con el calor de las dos de la tarde. La canchita de tierra que había frente a la casa del “abuelo” se llenaba de inocentes ilusiones futboleras como las que él había tenido en un pasado lejano, cuando jugaba en clubes de barrio y se convertía en hincha fanático de River Plate.

Luego de haber sido socio vitalicio de la Unión Ferroviaria, Adolfo decide jubilarse en 1986 y dedicarse enteramente a su esposa, sus hijos, sus nietos –los de sangre y los otros-, sus perros, el mate amargo, el tango y el asado. Ninguno de sus hijos lleva la cuenta de cuántos perros tuvo a lo largo de su vida. “Es raro, pero él no elegía a los perros: los perros lo elegían a él”, cuenta Estela.

Pero la vida itinerante de Adolfo no terminaría ahí: atormentado por los problemas típicos de su edad, las circunstancias lo obligaron nuevamente a mudarse, esta vez a San Antonio de Padua, partido de Merlo. Una linda curiosidad: la única cuadra de la calle Oribe que no está asfaltada. Era de tierra sólo para él, para recordarle a sus hogares anteriores.

Una hermosa casa y decenas de nietos dejó Adolfo en La Reja, para finalmente fallecer a sus 83 años, vencido por un cáncer al que dio batalla hasta el final. Pero la pasión por el mundo ferroviario que brotó de Adolfo llegó para quedarse: persiste en su hijo y también en uno de sus nietos. Y fue gracias a ella, y a una vida llena de historias para contar, que el paso por este mundo de Adolfo Ramos, “el abuelo de todos”, no fue en vano.