jueves, 11 de abril de 2013

Ciudad del este: El Miami del Subdesarrollo


En el corazón de Sudamérica, sobre la reserva natural de agua dulce más grande del planeta y  a menos de 50 kilómetros  de una de las nuevas siete maravillas naturales del mundo -las Cataratas del Iguazú- se encuentra “La triple Frontera”. Una de las zonas donde  tres naciones se unen: Argentina, Brasil y Paraguay. Se trata de un escenario de compras por excelencia, en el que turistas de Brasil y Argentina se precipitan en un nirvana de consumo digno de Miami o Hong Kong, pero del subdesarrollo.

Por Emiliano Delucchi


Una Chevrolet Meriva plateada transita sin sobresaltos por una avenida de Foz do Iguazú, Brasil. Son las 8 de la mañana y un tímido sol invernal baña con una incipiente luz las calles vacías. Los comercios todavía  no abren sus puertas y  los casi  400 mil habitantes de esta ciudad no aparecen.

El destino final es Ciudad del Este, Paraguay, que se encuentra a dos kilómetros al oeste. Mientras más cerca se está, las calles parecen acortarse y tanto los vehículos como las personas, amontonarse. Colectivos de línea internacionales, vans, gente en bicicleta, transeúntes y autos luchan por un lugar en la larga fila hacia el Puente de La Amistad. Un puente que une la brasilera Foz do Iguazú con Ciudad del Este.

Mario es el conductor. Enciende un cigarrillo. Da una calada profunda y lanza un suspiro lleno de humo que acompaña con un gesto de resignación. Abre bien los ojos y dice que ayer un chofer estuvo dos horas para pasar al otro lado y cuatro para volver. Le pregunto si esa demora es normal y me contesta que más o menos, que tendríamos que haber salido un rato antes, que para ir no pasa nada, pero el tema es volver. Dice todo con un tono monocorde, tranquilísimo, en medio de un terrible embotellamiento.

El puente  conforma una vía agosta de doble carril. Una pared de cemento actúa como protección a ambos lados. Sobre ella fueron dibujados, hace un tiempo ya, los colores de la bandera de Brasil. Al llegar a la mitad, son remplazados por los colores paraguayos. Pasaron 20 minutos, pero solo avanzamos 100 metros. La pared se transforma en un alambrado con agujeros de diversos tamaños y alturas. La mayoría están bloqueados por cartones, chapas, enrejados oxidados y cintas.

Mario observa mi cara de asombro, pero  se mantiene en silencio, como esperando que le pregunte qué significan esos parches metálicos. Lo hago. Contesta  que si bien no hay control de aduana para vehículos de porte pequeño, está prohibido que camiones grandes crucen la frontera sin ser revisados. 

Por lo que el contrabando grande debe hacerse por río. Grupos de personas suelen comprar productos en Ciudad del Este por la madrugada y llevarlos en camión hasta mitad del puente. Una vez allí, siempre del lado paraguayo, hacen un surco en el alambre y tiran la mercadería al rio envuelta en algún impermeabilizante. Abajo, una lancha la recoge y la lleva hacia la provincia de Misiones, en  Argentina.

La predicción de Mario es correcta y dos horas después estamos del otro lado. El paisaje es variado: miles de personas se mueven como hormigas entre combis, autos, motos y puestos callejeros. Decenas, o quizás centenas de maquinas amarillas viajan en una carrera de obstáculos imposible. Son motos que cruzan el puente. Algunas repiten el circuito, otras se internan en la ciudad. La vorágine es un preludio de cientos de accidentes que siempre están por ocurrir, pero afortunadamente, no lo hacen.

Pregunto cuánto sale cruzar en mototaxi. Contesta que 2 dólares, y que por 3 el viaje se extiende hacia los shoppings, que se encuentran camino arriba. Luego de las primeras cuadras, el auto toma velocidad y se interna en el corazón de la ciudad.

En ambos lados, locales de venta de comida comparten clientes con otros que exhiben productos de alta tecnología. Puestos callejeros de ropa interior se ubican frente a enormes galpones, donde decenas de personas cargan y descargan camionetas con televisores, cámaras de fotos, celulares, y consolas de videojuegos. Bienvenidos a Ciudad del este: la panacea  tecnológica.

La ciudad esta dividida en dos por la ruta 7, que nace en el rio Paraná, cruza el centro comercial y lleva hasta el shopping Corazón, uno de los más grandes y lujosos, para luego internarse en el Paraguay profundo. De ella surgen las principales calles comerciales, en las que conviven, sin ningún tipo de orden o patrón, locales comerciales, estacionamientos de 4 pisos, puestos callejeros y galpones pequeños que se hacen llamar “Shoppings”.

Compro 4 pilas a un joven moreno con remera amarilla. También vende ropa. Ronda los 30 años y habla apurado. Pregunto si ellos confeccionan lo que ofrecen. Responde que no, que la ropa se trae de “La Salada’’, en Argentina, uno de los mercados textiles más grandes de Sudamérica, ubicado a unos 20 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Es muy parecido a esto, pero sin la tecnología, las motos, y los shoppings. Vuelve a ofrecerme sus productos y ante mi tercera negativa me dice que si quiero comer algo. En un puesto color verde a unos metros de allí su mujer vende pollo y mandioca. Soy incapaz de distinguir a cuál de los seis o siete puestos que se encuentran enfrente se refiere. Le agradezco y continúo.

De repente, veo un local diferente al resto: frente vidriado con cámaras de fotos, filmadoras y notebooks en exposición. Por dentro,  el piso es blanco y reluciente. Sus paredes están cubiertas por cajas de productos tecnológicos.

Dos hombres hablan entre ellos tras el mostrador en un castellano ininteligible. Rápido. Impreciso. Al verme, uno de ellos me saluda y sin más, me ofrece un café que acepto por acto reflejo.

Mariana, prepará un café para el muchacho. ¿Que estas buscando? –me pregunta el hombre.
Una cámara de fotos –le contesto.
Bueno, si querés una filmadora te podes llevar ésta, cuesta USD 350 –me dice. Se agacha y estira su brazo. Detrás del mostrador saca una cámara Panasonic que aparenta ser de última generación. Su precio en Buenos Aires podría doblar el valor.
 Estaba buscando una cámara réflex – lo interrumpo
Esperemos el café y vemos que hay-sonríe mostrando dos filas de dientes negros, como salidos de una película de terror.

El de la sonrisa truculenta es Mohamed,  dueño de este local y de otros quince más en Ciudad del Este. Aparenta 50 años: moreno, de mediana estatura, ojos negros inquisidores, protegidos por anteojos de marco dorado. Nariz pronunciada repleta de imperfecciones. Nació en Turquía y llegó a la triple frontera con sólo 17 años en la segunda mitad del siglo XX. Junto con sus seis hermanos, pasó a engrosar la vasta colonia árabe que se asentó aquí en esa época. Eran comerciantes empobrecidos que venían en busca de un futuro próspero.

Desde una puerta lateral que da a un depósito, entran dos jóvenes -una chica con un café humeante y pequeñísimo- seguida de un muchacho con unas cuantas cajas, que ordena en la pared.

Tomate el café – me sugiere amablemente Mohamed, mientras coloca unas cuantas cámaras sobre la mesa y continúa diciendo:
Mirá que acá podes pagar con tarjeta de crédito a cambio oficial. El pago se hace en guaraníes. La tarjeta lo pasa a dólares y vos pagas en pesos argentinos.

Mohamed aclara esto porque hace unos meses, el gobierno argentino restringió la compra de moneda extranjera: 50 dólares por día a quiénes salen del país. Los que necesitan más suelen recurrir al mercado paralelo, pagando la divisa un 40% más. Sin embargo, utilizando una tarjeta de crédito en el exterior, el banco “pesifica” el costo a cambio oficial.

Tras intercambiar un par de opiniones y consultas sobre los precios, Mohamed cuenta que allí casi no se pagan impuestos, que de diez productos que entran, solo dos se declaran, que eso al gobierno le sirve para recibir dólares, que Paraguay es el mejor país de Sudamérica para hacer plata y que Ciudad del Este es la segunda ciudad más importante del país luego de su capital, Asunción. El rumbo de la conversación me permite preguntarle cómo hace para mantener control de semejante stock.

Miro cada tanto las estanterías de arriba-dice señalando un espejo que muestra las cámaras más caras.
Pero los chicos se portan bien, son de orígenes humildes. Vienen a laburar acá desde muy chicos. Algunos venían con las madres desde los 5 o 6 años para vender papa fritas o gaseosas.
Mohamed se me acerca, inclinando su cuerpo sobre el mostrador, como si no quisiera que lo escuchen, y dice:
Para ellos trabajar acá esta muy bien, porque les pago bien, pueden estudiar. Les compro una moto, para que lleguen temprano, viste. Después, si siguen, les compro un auto. Acá los autos son baratos.
Luego Mohamed explica la razón del precio de los autos, que son fabricados en Corea para Reino Unido, pero por motivos que no me alcanza a explicar o yo no alcanzo a entender, terminan en Paraguay y sólo pueden usarse allí.
Tampoco es todo tan fácil, se tienen que comprometer con el trabajo. Imaginate que a mi me cuesta formarlos, enseñarles cómo se vende, cómo se trata con el cliente. Algunos juntan un poco de plata y después se quieren ir. Pero ahí yo les digo que me tienen que devolver la moto, el auto, entonces lo piensan dos veces.

Los empleados del negocio de Mohamed están vestidos con ropa de marca, peinados, hablan correctamente y saben los precios de todos los productos en dólares, pesos argentinos y reales. Viven en los barrios aledaños a la ciudad  y trabajan desde las cinco de la mañana -cuando se inicia la venta mayorista a los comerciantes de Brasil-  hasta las 5 o 6 de la tarde, cuando los últimos turistas abandonan  la ciudad.

Luego de idas y vueltas, termino por desconfiar de la autenticidad de las cámaras a pesar de que su precio es verdaderamente tentador. Sin embargo,  compro una pequeña cámara de bolsillo Nikon por 150 dólares, casi la mitad de lo que cuesta en Buenos Aires.

El reloj marca las 16 y recuerdo que la vuelta es larga. Saludo a Mohamed y me preparo para el regreso. Estoy de nuevo en la Meriva. Inmóvil en medio de una marea de automóviles, frente al puente de la Amistad. Decenas de chicos a nuestro alrededor intentan vender golosinas, gaseosas y snacks a los turistas varados. Se abalanzan sobre los autos en grupos pequeños. Un niño de unos 6 o 7 años, sobrecargado de bolsas, se acerca y pone su cara contra el cristal. Me mira fijo abriendo los ojos, ambos mantenemos la mirada. Bajo el vidrio,  varios pares de manos me ofrecen cosas. Pido una Coca-Cola.

Dos dólares, diez pesos o cuatro reales -contesta el niño. Pago en pesos. Dos horas después estoy de nuevo en Brasil.

Hace 10 minutos que en centro de Foz de Iguazú quedo atrás. La Meriva transita por una ruta tranquila. A los lados solo hay pasto y árboles, finalmente llegamos al paso de frontera por el que se ingresa a Puerto Iguazú, Argentina. Se trata de un edificio bajo, pero amplio, en el que trabajan unos diez gendarmes, todos ellos argentinos. Toman mate y les exhiben sonrisas a los viajantes mientras inspeccionan innumerable cantidad de valijas y bolsos. El objetivo no es detectar el tráfico proveniente desde Brasil, sino el de Ciudad del Este.

La ruta se divide en dos, Mario toma el carril exclusivo para taxis y presenta los documentos a una joven argentina que está dentro de una oficina improvisada, parecida a una cabina de peaje. Los mira e ingresa los datos en una computadora para autorizar la entrada a Argentina. El vehículo avanza y a unos 20 metros un gendarme parado en medio del camino extiende su brazo derecho señalando un costado, lo sigue y se detiene lentamente.

Por la forma en que se saludan podría intuirse que Mario y el gendarme se conocen. Se dan la mano e intercambian trivialidades. Luego el chofer abandona el vehículo y abre el baúl para que el oficial pueda extraer el equipaje para inspeccionarlo. A pesar de que llevo dos bolsos, no se me solicita ninguno. Mentiría si dijera que me sorprende, sólo me arrepiento de no haber comprado algunas cosas más. 

La chica que no ve, ganó

Esta es la historia de Nadia Báez, una chica que a los nueve meses de nacer le diagnosticaron cáncer de retina. Año tras año, fue perdiendo parte de su visión, hasta quedar completamente ciega. Lejos de darse por vencida, se dedicó a los deportes. Encontró la gloria en la natación. Ganó una medalla de bronce en los Juegos Paraolímpicos de Londres 2012 y todavía va por más.

Por Mayra Ortiz 



En medio del bullicio, una voz -que apenas puede percibirse- anuncia por altoparlante la largada. Nadie parece escucharla, sólo las seis competidoras que hace varios minutos esperan ansiosas su momento. El silbato del juez indica que hay que saltar y los cuerpos se zambullen por completo en el agua. La carrera arranca y la nadadora del carril cuatro lidera la prueba. Ninguna sorpresa. Se supone que quien va por allí es siempre la más rápida de la serie. Sin embargo, cuando llega al borde contrario, un sujeto que está fuera de la piscina golpea suavemente la cabeza de la nadadora con una vara que tiene una esponja en la punta. Es la señal de que el fin de la pileta se aproxima y hay que dar la vuelta. Con total naturalidad, ella realiza un rol y se impulsa de la pared para continuar nadando aún más rápido. Los espectadores se sorprenden. ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué hace eso? Casi todos en el público se lo preguntan y un hombre responde seguro: “Ella es ciega y él es su entrenador.”
El bullicio, que se transforma en un silencio expectante, se rompe de inmediato y una ovación baja desde las tribunas. El público se emociona sin poder creer lo que acaba de presenciar. Su reciente actuación fue admirable.
La chica que no ve ganó.

***
 La escena de recién formó parte del torneo metropolitano del que Nadia Báez participó en julio de 2012. Ella es oriunda de la localidad bonaerense de Moreno y con 23 años ya tiene una vida como para escribir un libro.  Con una medalla paraolímpica bajo el brazo, ella está convencida de que un gran futuro la espera.
Los Juegos Paralímpicos de Londres, que se realizaron entre el 29 de agosto hasta el 9 de septiembre de 2012, fueron el broche de oro que reafirmó todo el esfuerzo de años de trabajo constante. Fue la primera vez que una nadadora ciega argentina obtiene, en un podio olímpico, con el bronce por los 100 metros pecho.

Pero el camino recorrido no fue nada fácil: a los nueve meses de nacer, le diagnosticaron cáncer de retina en los dos ojos. El ojo izquierdo tuvieron que extirparlo y en el derecho recibió tratamiento con rayos y quimioterapia. Pero quedó muy dañado. Así fue como, poco a poco, fue perdiendo la visión, hasta quedar ciega por completo.

Hasta los 10 o 12 años, veía poco. Pero en el colegio podía escribir y leer fotocopias ampliadas. Después fui perdiendo más la visión y a los 15 años empecé a manejarme con braille –dice Nadia, desde su casa. Recorre los espacios sin necesidad de usar el bastón. Es lógico. Esos espacios los conoce de memoria.
Es alta y delgada. Tiene el pelo castaño y lacio, apenas le pasa las orejas y no llega a rozar los hombros. Su ojo izquierdo siempre permanece cerrado y su cuello, erguido. Viste un conjunto de ropa deportiva del Club Mariano Moreno de la localidad de Castelar, provincia de Buenos Aires. Es que aunque hoy en día entrene en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), la cuna de grandes deportistas, ella sigue yendo al club que la vio nacer y transformarse en una nadadora de elite.

Su mamá la acompaña a acomodarse en una silla, pero después la deja sola. Hasta el año pasado, Nadia aún veía colores y algunas formas. Ahora ya no.

— ¿Cómo recordás tu infancia?

De un verano  a otro, cuando fui a armar la mochila para el colegio, dije: “¡Uy! No veo los renglones.”  
Nadia, cuando era todavía una niña, asistió a una escuela convencional. Después comenzó a ir, de manera alternada, a un colegio especial. Así se adaptaba a los materiales y le enseñaban nuevos métodos para estudiar. Asegura que quedarse ciega no le generó ninguna crisis de depresión, ni trauma. Aunque pasó por momentos duros.

Desde pequeña, ya amaba el deporte. Le gustaba competir. Comenzó practicando patín carrera y gimnasia artística desde los 6 años. Llegó a participar en competencias. Al darse cuenta que cada vez veía menos y sus acciones se limitaban, decidió involucrarse en nuevas disciplinas. Este incentivo llegó de la mano de la escuela para ciegos. Allí practicaban deportes y Nadia descubrió el Torbol. Esta actividad es exclusiva para ciegos y se juega en equipo con una pelota con cascabel, cuyo objetivo es pasarla por debajo de unas cuerdas tensadas para que llegue al arco contrario. El Torbol la llevó a participar en sus primeras competencias, pero Nadia no se quedó allí. También empezó a practicar atletismo, aunque no con un entrenamiento fuerte. Fue en este camino de descubrimiento de nuevos deportes cuando ella decidió nadar por primera vez.

***
Su primer contacto con el agua lo tuvo a los diez años. Pero a medida que evolucionaba, Nadia quiso comenzar a entrenar a un nivel superior y fue así que llegó al Club Mariano Moreno, bajo la tutela de Agustín Loiacono, quien se transformó en su entrenador.

Nadia apareció en el 2006. Yo no tenía ninguna experiencia en preparar a  nadadores no videntes y me entusiasmo la idea. Así que empecé a investigar –dice Agustin, al costado de la pileta Mariano Moreno.
El aprendizaje fue mutuo. Nadia nunca había entrenado en alto rendimiento.

Ella me dijo: “quiero entrenar”. Y yo le dije: “Pará flaca. Entrenar significa ser sistemático, ir al gimnasio, entrenar los feriados”. Y ella me contestó: “Esto es lo que yo esperé toda mi vida”.

Y Nadia se quedó. Desde entonces, recorre sola todos los días el mismo camino: desde su casa viaja en colectivo hasta la estación de tren que la lleva a Castelar y desde allí camina ocho cuadras hasta el club.

La carrera  deportiva de Nadia fue muy vertiginosa. A tan solo un año de entrenamiento, ya se encontraba corriendo en los Juegos Parapanamericanos de Río de Janeiro. Y tras otro año tuvo su primera participación en un Juego Paralímpico en “Beijing 2008” . Cuando sucedió esto, Nadia era muy chica. Con sólo 19 años pareciera no llegar a darse cuenta de la magnitud de sus logros. Los nervios no se apoderaron de ella y lo vivió como un torneo más. En aquella época, si bien su actuación fue buena, no logró subirse a ningún podio. Pero cuatro años más tarde, la historia sería distinta.

En Londres, cuando salí de la carrera y me dijeron que había quedado tercera y el tiempo que había hecho yo dije “Ah bueno”, como algo muy natural. “¡Pero ponete contenta, tenés medalla!”, me dijeron. Fue algo que yo no caía.

Es que las reglas de los nadadores ciegos difieren de las convencionales. A ellos los asistentes no les pueden hablar, ni alentar, ni siquiera antes de la competencia. Ellos no tienen noción de cómo van sus contrincantes. Tampoco de en qué puesto terminaron. No hasta que salen del agua. Es una verdadera competencia contra uno mismo.

Pero Nadia no obtiene solo medallas. La catarata de reconocimientos y felicitaciones fue constante tras su regreso de Londres. Por primera vez se realizó una conferencia de prensa ni bien bajaron del vuelo los cuatro medallistas nacionales, mucha gente los esperaba, luego vino el saludo de los amigos, del Club que la vio crecer, de las distintas Federaciones, del Intendente de Moreno que la recibió en la Municipalidad y le obsequió una placa y un ramo de flores y esa noche vendría un reconocimiento aún mayor, la presidente Cristina Fernández la recibiría en la Casa Rosada junto a toda la delegación paralímpica.

Este tipo de reconocimiento me genera alegría, facilita la inclusión y la difusión del deporte paralímpico. El año pasado empezó a igualarse el tema de Paralímpicos con Olímpicos, buscan igualar la prensa, las becas. Se empezó a conocer un poco mas y la verdad que nos viene bien –comenta Nadia con alegría.

***
El agua no es su única pasión. Nadia piensa en su futuro, más allá de la natación. En el 2010 comenzó a estudiar psicología. Cursa  en una sede de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). El primer año aprobó todas las materias. Después tuvo que optar por cursar menos. El entrenamiento se tornó más duro y tenía que tener tiempo para descansar. Disfruta pasar tiempo con sus amigos, cocinar y andar a caballo. Pero nunca descuida la pileta. Es que el tiempo corre muy rápido y en cuatro años las olimpiadas de  “Brasil 2016” serán  su próximo objetivo.

Yo tengo una beca “de proyección” Secretaría de Deportes de la Nación y el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), que te van aumentando el monto conforme al ranking o cantidad de medallas mundiales u olímpicas. Ahora la de Londres suma mucho –confiesa la nadadora entre risas.
Para  Nadia, la natación se transformó en su vida. La pileta es su segunda casa.

***
Es miércoles y Nadia llega al Club. Se cambia, saluda a todos y de inmediato se pone a  hacer ejercicios para su próximo entrenamiento. Conversa con sus compañeros. Todos la conocen y la ayudan a movilizarse, aunque prácticamente no lo necesita. Ella es la única no vidente y varias veces bromea con su condición. Al entrar a la piscina del Mariano Moreno, busca con cuidado el borde. Se coloca su gorra y antiparras y se sumerge en el agua.

Comienza a nadar. Ya sabe como inicia la rutina. Ella va sola por un carril, los otros nadadores ocupan los restantes. Nadia nada cerca del andarivel para mantener la dirección. Cuenta la cantidad de brazadas exactas que la llevan hasta el borde contrario de la pileta. Cuando lo alcanza, pega la vuelta y emprende el regreso hacia el otro lado. Parecen movimientos casi automatizados. Cualquiera que la viera, sin conocerla, no lograría percibir de inmediato que ella es ciega. El ejercicio acaba de terminar. Agustín le da más indicaciones  y el entrenamiento sigue, como va a seguir el siguiente y el siguiente de ese siguiente. Para Nadia quedarse ciega no fue un impedimento. Es un desafío constante.

Vivir entre dos mundos

Según la Dirección Nacional de Migraciones, en Argentina se abre un supermercado chino cada dos días. Después del flujo migratorio proveniente de Bolivia, Paraguay y Perú, le sigue China. A pesar de su gran densidad poblacional, en la actualidad hay ciento veinte mil inmigrantes orientales, poco se conoce de sus vidas. Dicen que el idioma es una de las grandes barreras. Aquí un ejemplo de lucha por la integración.

Por Paula Lapresa


Los productos pasan de un lado a otro del mostrador. Yerba, azúcar, galletitas, café. La clienta termina de vaciar su carro de las compras y se dispone a pagar.

     $70.30- exclama la cajera sin ánimos de decir ni una palabra más
Servite, gracias- concluye la señora que apurada camina hasta la salida

Así finalizó la compra. No hubo comentarios sobre el barrio o sobre los precios, ni siquiera una superficial alusión al clima cálido del mediodía. Ninguna de las dos tuvo interés en intercambiar opiniones o una sonrisa. Quizás, ambas consideraron que nada tenían en común y probablemente así lo fuera.
 El supermercado volvió a quedar vacío. Durante este horario –el del almuerzo- el comercio no suele  tener mucha concurrencia.
La cajera es la hija del dueño del supermercado y todavía le cuesta comunicarse con fluidez. Lei Yang –ese es su nombre- es tímida y hace lo imposible por pasar desapercibida entre la gente. Con sólo 20 años, esconde en sus ojos rasgados, su largo y lacio pelo negro y su alta estatura, una inseguridad que le impide mostrarse tal como es. Es que recién ahora comienza a sentirse parte de la sociedad argentina. Cinco años atrás, ella tenía una vida en Fujian, una provincia al norte de China.
Históricamente, esa región fue muy pobre y con gran densidad de población, 32 millones de habitantes. En el pasado,  muchos fujianos dejaron el país en busca de mejores oportunidades y prosperaron. Esta práctica fue aumentando con el paso del tiempo, generando una cultura del éxodo que hoy es característico de los pobladores de Fujian. Desde que Lei tiene uso de razón, sus vecinos más cercanos, sus familiares y sus conocidos migraron a otros países -Brasil, Estados Unidos, Australia, Argentina- en busca de una mejor calidad de vida  para hacer lo que saben: trabajar en supermercados. Tal es así que, según la Dirección Nacional de Migraciones, en Argentina se abre un supermercado chino cada dos días.
                
En general, todo bien con Argentina porque vivo con toda mi familia  y tengo amigos. No extraño nada de China. Sólo los abuelos de parte de  mi mamá, que no están acá. Los demás familiares están acá o sino en otro país. Para mi es lo mismo. Adonde vayan mis papás yo voy a ir. No depende de mí. Mi papá me preguntó si quería quedarme allá o venir con ellos y yo decidí estar con mi familia- explica Lei de una forma muy natural y sin ninguna expresión de melancolía, tristeza o nostalgia, mientras acomoda las bolsas que hay arriba del mostrador.

*
La primavera está recién llegada y regala unos cálidos 25 grados. Lei está lista para disfrutar del único día no laborable que tiene. Para este fin de semana su plan es ir a pasar el día  a los bosques de Palermo con sus amigos de “Aquellos años”, un grupo de Facebook creado por adolescentes chinos para mantener una relación en Argentina.

A mis papás no les gusta mucho que me vaya tan lejos y menos todo el día. A veces vuelvo a las diez u once de la noche y en colectivo. Es peligroso, pero no tengo miedo -sostiene Lei y asegura que si bien no conoce a todos los integrantes de “Aquellos años”, quiere tener más amigos y salir a pasear.

Los bosques de Palermo se encuentran repletos de gente que patina, anda en bicicleta, hace deportes y toma mate. Lei está feliz y ansiosa por empezar a disfrutar del día.

Mis amigos están por acá. Me dijeron arriba de un puente blanco, hay que encontrar  alguna cara asiática –indica ella.

Después de algunos desencuentros, el grupo por fin está unido. Son tres varones y ocho mujeres jóvenes que automáticamente comienzan a hablar el chino mandarín. Se sienten unidos, pueden compartir rituales y costumbres que serían imposibles de hacer con un occidental, debido principalmente al idioma. La gran barrera que los separa.

Es hora de decidir qué entretenimiento mantendrá a los adolescentes ocupados durante un par de horas. Las opciones se dividen entre rollers, bicicletas y carritos. El vendedor los mira y parece que los reconoce.

Hola, queremos alquilar ocho patines y tres bicicletas- le dice uno de los jóvenes al vendedor.

Serían $330, no hace falta que me dejen documento porque a ustedes ya los conozco, vienen siempre- afirma el vendedor con una sonrisa.

Los cuatro adolescentes orientales, que están frente al mostrador, se abalanzan para pagar el monto. Sacando de sus bolsillos varios billetes  arrugados de cien pesos. Definitivamente, el pagar a la romana no es su costumbre.

Para nosotros es un símbolo de amistad que uno pague todo. Cada uno paga un fin de semana -explica Lei.

Andan  por todo el parque con patines y bicicletas y a mucha gente le sorprende ver semejante cantidad de adolescentes orientales juntos. ¿Percibirán los jóvenes a aquellas personas que los miran con incertidumbre? ¿Se sentirán intimidados por algunos niños que sin disimular los señalan? Claramente no, están en su mundo. Argentina es su casa. Ninguno parece quejarse del país que sus padres eligieron. Sin embargo, tampoco parecen sentir la necesidad de integrarse completamente a la sociedad. De los once jóvenes, que con alegría recorren el parque, sólo Lei puede hablar bien castellano y otra lo está aprendiendo. Esa es Rocío. Llegó el año pasado desde Fujian y por ahora está feliz

Lo que más me gusta del país son sus “circunstancias”, como su nombre lo dice “Buenos Aires”-sostiene sonriente y sigue mientras se acomoda el flequillo de su pelo negro:

Todos son más especiales que los chinos porque son de otra cultura. La gente argentina es generosa y entusiasta. Los chinos somos conservadores y tímidos.

Aunque  por ahora solo tiene planeado trabajar en el supermercado que sus padres tienen en Quilmes, está segura que le encantaría independizarse y estar integrada en la sociedad argentina.

El personaje antagónico a Rocío podría decirse que es Kevin, un joven de estatura media, simpático, gracioso y con personalidad de líder. No por nada es el creador y representante principal del grupo. Hace cuatro años que reside en el barrio porteño de Once. Dos meses estudiando español le bastaron para saber que no le gustaba y que era muy difícil. Él y su familia provienen de la provincia China de  Cánton conocida por explotar el negocio culinario. Por eso, cuando llegaron a Argentina pusieron un restaurant. Sin embargo Kevin prefirió trabajar en un supermercado.

Es más fácil, no tenés que hablar con la gente. Aparte no me gusta mucho la gente argentina. Los argentinos son agrandados y cancheros -afirma Kevin, aunque luego aclara que tiene muchos amigos en el país.

La tarde transcurre sin ningún problema. Los once jóvenes que se habían encontrado horas atrás se separan. La semana termina de la mejor manera y Lei espera con ansias que pasen los días para volver a disfrutar de un rato de distracción con aquellas personas que la hacen sentir como en su casa.

*

La historia de la familia Yang en Argentina comenzó en 1998 cuando Aquil Yang, vino al país para poner un supermercado en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fé. El negocio fue tan bien que a finales del 2000 ya tenían otros tres locales comerciales, que administraba con su esposa, Li, quien para ese tiempo ya había llegado al país para acompañarlo. Sin embargo, la historia del progreso infinito terminó en diciembre del 2001. Los saqueos, los robos y la crisis económica, política y social que vivió el país lo obligaron a volver a empezar. Esta vez, en Villa Luzuriaga, una pequeña comunidad ubicada en el partido bonaerense de La Matanza. Allí instalaron un nuevo supermercado llamado “Camelia” que prosperó y les permitió encontrar estabilidad económica. Esa tranquilidad hizo posible que sus hijas, Lei y Rong Rong pudieran instalarse en Argentina, junto a ellos.

Como Aquil, hay miles de chinos que eligen Argentina por sus oportunidades y por la flexibilidad de su gente. Incluso, con el paso del tiempo, la comunidad oriental en el país buscó distintas maneras de integración. Según Laura Bogazo Bordazar – miembro del centro de estudios chinos de la Universidad de La Plata- en los últimos años se ha percibido en la comunidad china una inclinación a destinar más dinero y tiempo a actividades de esparcimiento con la sociedad argentina. De alguna manera, esto indica una necesidad de formar parte de ella.

Por otro lado, es imposible negar la influencia que, cada vez más, tiene la cultura china sobre la argentina en rubros como la medicina y la comida. En realidad, esta interacción entre ambas comunidades no es azarosa, si se tiene en cuenta que después del flujo migratorio proveniente de Bolivia, Paraguay y Perú, le sigue China. Por eso, como explica el último informe de la Dirección Nacional de Migraciones, en la actualidad hay ciento veinte mil inmigrantes de esa región distribuidos desde el norte hasta el sur del país, aunque la gran mayoría se concentra en Capital Federal y el Conurbano Bonaerense.

*

Es lunes. El fin de semana pasó y la época de parciales se acerca. Sentada en su banco de la Universidad Nacional de La Matanza, Lei escucha una clase de economía que poco parece entender. Le cuesta explicar por qué decidió estudiar administración de empresas. No parece muy interesada. Su mamá le dijo que si no estaba segura de qué  hacer, eligiera algo relacionado con las matemáticas. Y así lo hizo.
Su cara no expresa nada. Ni duda, ni sorpresa, ni siquiera asienta con su cabeza. Termina la hora y sale del aula sin despedirse de ningún compañero.
La universidad es complicada y difícil. Pero Lei está segura de que es mucho mejor que el colegio. Esos años fueron duros porque nunca logró una buena conexión con sus compañeros y vivió, por primera vez, la discriminación en carne propia.

Al principio algunos chicos me trataban mal y decían malas palabras a mis espaldas. Se reían y yo no hablaba porque me daba vergüenza equivocarme. Una vez me robaron la plata de la mochila y cuando pregunte quién había sido nadie me respondió. Ni las profesoras encontraron al que me había robado- recuerda Lei con angustia. Le cuesta relatar sus años de secundario con alegría.

Ahora todo cambió. Se siente más segura al hablar. Poder comunicarse para ella es esencial. Además, ya no siente que la gente se burle. Lei es una luchadora que busca pasar desapercibida. Al igual que muchos de los que arriban a Argentina para día a día librar sus propias batallas. Y así, cada uno a su manera, intenta encontrar un futuro mejor.

Mujeres en peligro

Era un mediodía frío, el 30 de agosto de 2012. En la comisaría de la mujer de San Justo, al oeste de la provincia de Buenos Aires, el sol no golpeaba la ventana de la oficina para entrar; simplemente, la acariciaba y le ofrecía su calor. Al lugar, se accede por un  largo pasillo y en su interior hay un banco y varias sillas tapizadas de negro que ofician de testigos mudos en un ambiente casi carcelario. A las 11:50,  llega Sandra Soria, se anota y espera que la llamaran por el apellido. 

Por Eduardo Gimenez

La atiende un hombre uniformado con modales bonaerenses.

- ¿Soria?
- Sí, soy yo.
- Buen día señora.
- Buen día, vengo a hacer una denuncia por amenazas.
- ¿De qué se trata?
- Yo estaba en mi trabajo y recibí un llamado al celular de mi ex pareja que me
   amenazaba de muerte.
- Señora, tiene que cambiar el número de celular.
- ¡Cómo que tengo que cambiar el número!
- Si a mí me pasa algo, vos te vas a hacer cargo de mis hijos.
- Señora, cálmese, una forma de solucionar el problema sería cambiar su numero
   telefónico.
- Ustedes están acá para atender a la gente.
- La estoy atendiendo.
- Me tenés que tomar la denuncia.
- Yo no me voy de acá hasta que alguien me tome la denuncia.

El oficial, a fuerza de discutir algo que debería ser habitual en una comisaría como tomar la denuncia a mujeres que sufren la violencia de género, la condujo hasta una oficina donde una agente policial con pocos rasgos femeninos le tomó finalmente la denuncia.
Luego del disgusto y el mal momento que debió pasar, regresó a su casa con sus dos hijos.

***
Sandra Soria tiene 33 años, es morocha, delgada, de ojos tristes, y mediana estatura. Cuando era adolescente fallecieron sus padres y fue criada por su hermano mayor.
De la unión con su primera pareja, tuvo a su primer hijo, Luis, hoy adolescente y estudiante secundario. De su segunda pareja  -de la cual sufre violencia de género- nació su hija menor, Nahiara. Ella es morocha, de pelo largo, ojos grandes y pícaros. Su personalidad coincide con la de una ardillita inquieta que mientras juega no para de regalarle sonrisas a la vida.

La mujer abre la puerta del primer piso que alquila junto a una amiga en Laferrere, al oeste del conurbano bonaerense, un lugar muy pobre y postergado que los políticos solo visitan en días electorales. Un barrio tranquilo de gente trabajadora. El comedor tiene un amplio ventanal y sus paredes están pintadas de un rosa intenso que se mantiene cuidado. El mobiliario, que forma parte del alquiler, consiste en una heladera, una mesada, un sillón y una cocina. Además de un televisor, hay una computadora, una mesa y seis sillas, todos elementos de Soria. El baño es pequeño. La habitación en que descansa la familia posee una cama cucheta y una camita de una plaza.
Ya al mediodía, Sandra Soria ofrece mate mientras se prepara para ir a buscar a la escuela a su otra hija, Nahira, de seis años.

Luego asciende al colectivo que circula pocas cuadras hasta el colegio de la nena. Se siente nerviosa y con el corazón en la boca. Tiene miedo de encontrarse con el agresor. Él vive a tres cuadras de la escuela de la nena, a siete cuadras del colegio del varón y a quince cuadras de su domicilio. El padre de Nahiara tiene una orden judicial de permanecer a una distancia de cinco cuadras a la redonda de la vivienda donde habita el grupo familiar.
Todo trascurre en calma, la criatura saluda con un beso a su mamá y juntas retornan a su hogar. Ella tiene un trabajo temporal y precario en una fábrica de juguetes. Recibe un llamado de su ex pareja que la amenaza de muerte.

-Decime donde están los chicos o te voy a matar. Donde te cruce, te mato.

 Daniel Agustín Caraballo, de 39 años, tiene antecedentes violentos pues ha golpeado y maltratado a una pareja anterior y a otros hijos de esa unión, además de ser un alcohólico irrecuperable.

Casos como el de Soria se denuncian a diario. La violencia de género se ha hecho visible en la Argentina. Pero el Estado no parece haber aplicado todos los recursos previstos en la ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, promulgada hace tres años. Por ejemplo, esta ley ordena realizar estadísticas que no se hacen.
Además, la norma establece la implementación de un número telefónico único y gratuito a nivel nacional para denuncias, orientación y derivación. También contempla la creación de más cantidad de refugios y hogares para atención a las víctimas y acceso a la Justicia con patrocinadores jurídicos gratuitos y especializados en la temática. A nivel educativo, obliga a incluir en las curículas escolares de los diferentes niveles la temática sobre violencia sexista.

Para los especialistas en la materia, la violencia contra las mujeres es un problema que involucra a toda la sociedad. “Erradicarla requiere, ni mas ni menos,  transformar la cultura, una cultura patriarcal que considera a la mujer como objeto o como persona moralmente inferior a los varones, que debe subordinar sus intereses a los de otra persona –pareja, hijos, padre-“, sostuvo en declaraciones periodísticas la abogada Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, una de las referentes del país en la temática.


***
Soria conoció a su concubino cuando Luis-hijo mayor de la mujer- tenía 3 años. Su ex pareja era cuñado de la chica que cuidaba al nene mientras ella trabajaba. Primero fueron amigos, luego surgió la relación.

-Me junté con él y nada, todo bien. Demostraba cariño por Luis.

En ese momento, la relación de la pareja era idílica, pero esto no duraría mucho tiempo.

-Una vez Luis quería upa. Yo lo alcé y él (que estaba) tomado me dijo:
-Este pendejo de mierda es un maricón. Parece un putito.
-Ahí empezó.

Desde ese día todo cambió en la vida de Soria: dejó de sonreír y de ser una mujer cargada de proyectos, para convertirse en una persona sin alegría, con el estigma de la violencia de género en su cuerpo.

Luego nació Nahiara, hija de la pareja. Gritos, discusiones, insultos y golpes fueron los sonajeros con los que el bebé debió aprender a jugar en su cuna.

***
Desde su inauguración en 2008, las denuncias y consultas a la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación no han cesado de aumentar. A título indicativo: fueron 444 en julio de 2009; 580 en el mismo mes de 2010; 593 en julio de 2011; y 768 en julio de este año.

Estos datos corresponden sólo a hechos y personas radicadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, en su mayoría, a violencia de género: cerca del 80% de las afectadas son mujeres y niñas, y alrededor del 84% de los denunciados son varones, cifras similares a las registradas en otras provincias.

Las comisarías de la Mujer de la provincia de Buenos Aires también reciben denuncias.: durante el primer semestre de 2012, en las 51 comisarías que cubren 134 distritos, se recibieron un promedio de 262 denuncias por día.

La Brigada Móvil de Atención a Víctimas de Violencia Familiar, dependiente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, recibe los llamados que pueden hacer la propia víctima, un familiar, o un vecino las 24 hs, todos los días del año.

Ante un llamado, un móvil policial se dirige a la jurisdicción en la cual está sucediendo  el hecho junto con otro móvil no identificable, que traslada al equipo especializado; entre ellos psicólogos, asistentes sociales y abogados.
El patrullero es el primero en llegar y el  personal policial realiza un diagnóstico de la situación. Esto significa que tocan el timbre en el domicilio consignado, se presenta y evalúa la situación. La policía no ingresa a un domicilio sin una orden de allanamiento, salvo en situaciones extremas donde se escuchen amenazas o gritos que pudiesen hacer suponer un riesgo de vida para quienes están dentro del domicilio. Si no ocurre esto, se le indica a las/os profesionales del Equipo Móvil que se hagan cargo de la situación.
Esta brigada especializada tiene dos sedes: en la zona sur metropolitana, en  la Av. Vélez Sàrfield 170 y en la zona norte , en  la Av. Las Heras 1855 1º.

***

La familia volvió a mudarse. Esta vez se estableció en Oro Verde,  también en González Catán. La vivienda era una casilla humilde. Allí, Soria y su ex pareja volvieron a pelear por última vez. Él le arrojó una mesita de cristal que estalló contra  la pared y los vidrios cortaron los brazos de la mujer.

- Él me agarró de los pelos y me pegó. Yo di un par de vueltas hasta que me caí al piso porque me nokió con esa piña.

Cuando el agresor se durmió, ella llamó a la policía que se hizo presente dos horas después, sin hacer nada. Entonces, Soria concurrió a la comisaría de la Mujer, en San Justo, donde radicó la denuncia.

-Me tomaron la denuncia por agresiones, maltrato físico, por golpes, por dejarme sin nada. Porque me quedé sin nada. Mis hijos y yo. -relata Soria desanimada.

A su vez, el agresor denunció a Soria porque supuestamente dejaba a sus hijos solos para ir a trabajar, lo que fue desmentido por la mujer ante el juez que lleva la causa, quien terminó por desestimar la denuncia.
En la actualidad, la causa por amenazas de muerte fue archivada y Soria tramita la tenencia y la cuota alimentaria de la menor.

***

Ya en la tranquilidad del comedor de su casa, mientras llueve, Soria prende un Marlboro y lo calza entre sus dedos. Fuma como buscando en el humo una respuesta a la angustia que le toca vivir. Al ser consultada sobre el futuro,  parece decidida a reiniciar su vida junto a sus hijos.

-Si, yo voy a salir adelante por mis dos hijos. Tengo la capacidad para salir de esto. Por ellos me levanto todos los días a pelearle a la vida.

 Mañana, en la comisaría de la mujer de San Justo, al oeste de la provincia de Buenos Aires, el sol volverá a acariciar la ventana de la oficina para entrar. Allí, concurrirá otra mujer. Ella se anotará y esperará a ser llamada por el apellido. Un hombre uniformado la recibirá  con modales bonaerenses.

Pero ahora, en la casa de Soria, la tarde gris atrae a los duendes de la melancolía.


La estrella que no pudo ser


Carlos Abdo alcanzó la presidencia de San Lorenzo pero no pudo terminar su mandato de tres años a causa de una crisis económica, deportiva y política que él mismo ayudó a generar. Perfil de un hombre mediático que tan pronto abrazó el éxito como la derrota

Por Sebastián Otero


La psicología caracteriza la bipolaridad como la presencia de uno o más episodios con niveles anormalmente elevados de energía. Cambios extremos en el estado de ánimo, como los del ex Presidente de San Lorenzo, Carlos Abdo.
Esta historia empieza el 27 de diciembre de 2010. Aquel lunes, hervía el estadio del Ciclón, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. Debajo de la platea Norte, Abdo recibía la banda presidencial. De saco blanco, impoluto, y con un naranja exultante en su piel, el hasta entonces hombre de los carteles, dueño de la estática perimetral en todas las canchas de fútbol, se despedía del anonimato.
Un móvil de C5N lo estaba esperando. Lo saluda a Eduardo Feinmann. “Llegamos”, dice. Llora. En la TV, le recuerdan cuando arribó del Paraguay “con una mano atrás y otra adelante”. Se quiebra de vuelta y continúa riendo en el rally de flashes.
Algunos metros adelante, más serio, promete una auditoría, armar un equipo competitivo, recuperar la institucionalidad, construir un Microestadio con un préstamo personal de 20 millones de pesos depositados en una desconocida escribanía. En su discurso, convoca a la Unidad.
Un año y medio después, terminó el mandato que debía durar hasta diciembre de 2013 con un equipo al borde del descenso, sin institucionalidad, Microestadio, ni Unidad.
***
Su historia comienza el 20 de enero de 1953. Carlos Eusebio Abdo nació en Paraguay. Si lo que cuenta es cierto, vivió con sus tíos hasta los cinco años. Su madre apareció en la lista negra desde que su padre integró un golpe militar contra el gobierno de Alfredo Stroessner. Ella escapó de la cárcel y se reencontró en Argentina con Carlos, criado por la abuela Ataní, fanática de San Lorenzo.
Terminó el colegio a los 16 años en el Vieytes. Peronista, pero militante de Franja Morada cuando estudió para abogado, título que no consiguió aunque siempre deseó.
Sin diploma, Abdo se dedicó a los negocios. Creció abruptamente cuando conoció a su compatriota, Carlos Ávila, ex dueño de TyC. Décadas después, idearon juntos el programa Sin Codificar. En la actualidad, la titularidad del espacio que conduce Diego Korol se dirime en la Justicia.
Pasó de ser un vecino de clase media en el barrio de Versailles, a un empresario exitoso, propietario de un piso a metros del Hipódromo de Palermo, con dos Mercedes Benz Clase E blancos, además de tener un amigo que sustenta su fortuna: Julio Humberto Grondona.
En menos de una década, se convirtió en gerente de la constructora Conenar, en sociedad con Don Julio; director suplente en la Alcoholera San Lorenzo; integrante de una firma que representa futbolistas de nombre Seniors Sports Marketing SRL, y dueño de Estática Internacional, empresa que monopoliza la publicidad en los estadios de fútbol.
Con la misma celeridad, se convirtió en Presidente de San Lorenzo de Almagro, club del que fue querellante en una causa en 2003 cuando confesó que su relación con la institución era “comercial”.
***
Al paraguayo me lo cargo en 40 días”. Con tanto de xenofobia como de ambición, el vicepresidente de Abdo, Carlos Datria, pronunció la amenaza en el restaurante El Mangrullo. Antes de arrancar, el Presidente ya tenía de qué preocuparse.
Este peso pesado en la UOCRA se alejó pronto de Abdo. Rompió la sociedad y se dedicó a pasear por Europa junto a cuatro amigos y pares en Comisión Directiva. Lo dejaron solo. Pero resistió, al menos los 40 días.
A su regreso, Datria buscó amainar el descontento con dinero para afrontar cheques impagos pero los 550 mil pesos no tranquilizaron a Abdo, quien entendió que se trataba de aportes asimétricos. Hasta entonces, el hombre de Estática llevaba puestos 7.888.336 pesos.
A la espera de nuevos financistas, el Presidente perdonó a Datria, se arrimó a Juan Miró, hijo de un allegado a Cristóbal López, y conoció a Roberto Álvarez, hombre de la Bolsa de Comercio. En abril de 2011 constituyeron un órgano directivo paralelo en el hotel Four Seasons.
La sociedad no duraría mucho tiempo pero la mesa chica funcionó rigurosamente como el casting de un reality en busca de billeteras gordas que citaban una vez por semana a las 19.
Después de pedir un café y prender su habano Black Vanilla, Abdo levanta la mano. Era la señal para el elegante pianista del hall. Debía acercarse, elegir una partitura y tocar. Hacer ruido, en realidad. ¿La finalidad? Embarullar la posible grabación de las citas a través de los tantísimos celulares que se apoyaban en esa mesa.
La pantomima duró poco. Cuatro meses después, Datria y sus hombres dejaron para siempre la mesa de Comisión Directiva. El segundo piso de la sede del club, en el centro, era una síntesis de la división en un semestre de gobierno: tres oficinas donde antes había una.
***
En lo personal, siempre presintió que lo perseguía la mala suerte, un estigma del que hasta hoy no puede despegarse.
Como empresario, cuenta cuando fundó su empresa y consiguió de cliente a Lapa días antes del famoso accidente en Aeroparque. San Lorenzo lo atrapó con Seniors Sports Marketing en la Convocatoria de Acreedores. En la Presidencia, un tornado atravesó con una furia imponente la Ciudad Deportiva del club. Ráfagas de 100 kilómetros por hora de viento derribaron un gimnasio de 47 metros por 30, tumbaron todos los alambrados y desacomodaron los bloques de hormigón en una tribuna del estadio. La mala suerte lo perseguía como un perro devoto.
Una pulsera de santos en su muñeca derecha simboliza su fe. Y, como en la mayoría de los casos, la mala racha aferra todavía más al creyente. A la crisis política se le sumó la deportiva: el descenso, a la vuelta de la esquina. La salvación a la vista era un manosanta. “Ahora necesitamos una convención de brujas porque estamos mal. Algunos van al psicólogo, yo iba de una mujer que me hacía bien espiritualmente”, declaró. No era un chiste.
Primero, llevó tres señoras que perdían el conocimiento al entrar al vestuario local y absorber las malas energías. Después, apareció un brujo que exorcizó el camerino y quemó in situ un sillón con mala vibra. Luego, fue por más: presentó ante un chamán tres listas con la foto de todo el plantel profesional, cada uno de los miembros de Comisión Directiva y de la Asamblea.
Perdió su equipo y el rumbo. Se acabó la magia. De vuelta a la realidad. No había paz: renunciaba su hombre de confianza, el Tesorero Ricardo Sarinelli; su financista, Juan Miró, era acusado de esfumar 600 mil dólares en el pase de un jugador, y su compañero, Jorge Aldrey, estaba sospechado por una supuesta coima al futbolista Osmar Ferreyra para jugar en San Lorenzo. ¿Mala suerte?
 ***
Solo, o mal acompañado, Abdo se refugió en su familia, sentimental y económicamente. A través de Publicidad Estática, su hijo Federico le prestó un total de 2.000.000 de pesos hasta agosto de 2011. Al final de su mandato, la cifra alcanzaría los 31.015.288 pesos. En tanto, él aportó 570 mil dólares. Pero cuando intentó blanquearlos en Comisión Directiva, el inestable gobierno se convirtió en caótico. El 80 por ciento de los préstamos eran cheques diferidos a seis meses que la Tesorería cambió en el Banco Macro y Credicoop, o reventó en las financieras AMIGAL y ProPyme al 40 por ciento. Con impuestos, el porcentaje ascendió al 50 por ciento
Crisis deportiva, económica, familiar y también política. Su objetivo, entonces, fue comprar la tranquilidad con la salvación del descenso a cualquier costo. Así llegó a firmar su carta de defunción en el barrio de Palermo. Su sastre, Marcelo Tinelli, con quien había integrado un Grupo Inversor sin llevarse bien en San Lorenzo entre 2007 y 2010.
El 10 de abril, Abdo fue a su propio funeral. Nadie sabía para qué asistía aquella noche. Lo cierto es que estaban todos: colaboradores, opositores, allegados a MT, amigos y el Presidente.

    ¿Vienen a lo de San Lorenzo? Pasen por allá.
La mesera, convertida en recepcionista, indicó la puerta trasera de un bar en Honduras y Carranza. No parecía un lugar para el Presidente, habituado a parar en el Hilton con habano Black Vanilla y Luigi Bosca. El saco blanco y el glamour de los hoteles cinco estrellas eran historia. La cita era con una picada y gaseosa en un segundo piso en remodelación.
    En junio, barajamos y damos de nuevo.
Palabras de Abdo. No ofreció más detalles. Pocos le creyeron. Pero el mensaje era claro: pronto habría elecciones. Pero antes, debían garantizarle una mano en la recta final del campeonato en el que San Lorenzo peleaba la permanencia.
El Presidente deslizó algunas confidencias y pasó revista de los favores, entre ellos el costo de incentivar a los rivales de Tigre y All Boys, y se fue. Del resto, se ocuparía el nuevo DT: Ricardo Caruso Lombardi.
***
La historia deportiva tuvo final feliz. El Ciclón ganó la Promoción ante Instituto y, en Córdoba, el Presidente ofreció su última performance. “Uno sufre mucho. No puedo más”, balbuceó antes de romper en llanto. Días más tarde se arrepintió, pero ya le habían tomado las medidas del cajón.
Lo insultaron apenas terminó la temporada futbolística y el último intento por reunir a la Comisión Directiva para aprobar sus préstamos sólo contó con la presencia de tres directivos, en una sede vallada, con empleados en huelga y con custodia policial.
Abatido, con el orgullo roto en mil pedazos, salió por la puerta de atrás con su hijo Federico a su sombra. Por la noche, medicado a raíz de un desmayo, despidió a su público en la radio. Rubricó su salida y viajó a Europa. En su breve exilio, el grupo de hinchas que vive en Barcelona le denegó el permiso para ver juntos el partido contra Estudiantes de La Plata. Era el ocaso de una estrella que, a pesar de cargar con el peso de ser el único Presidente renunciante en los últimos veinte años, fue el único que regresó al estadio.