Según la Dirección Nacional de Migraciones, en
Argentina se abre un supermercado chino cada dos días. Después
del flujo migratorio proveniente de Bolivia,
Paraguay y Perú, le sigue China. A pesar de su gran densidad poblacional, en la
actualidad hay ciento veinte mil inmigrantes orientales, poco se conoce de sus
vidas. Dicen que el idioma es una de las grandes barreras. Aquí un ejemplo de
lucha por la integración.
Por Paula Lapresa
Los productos pasan de un lado a otro del mostrador.
Yerba, azúcar, galletitas, café. La clienta termina de vaciar su carro de las
compras y se dispone a pagar.
—$70.30- exclama la cajera sin ánimos de decir ni una palabra más
—Servite, gracias- concluye la señora que apurada
camina hasta la salida
Así finalizó la compra. No hubo comentarios sobre el
barrio o sobre los precios, ni siquiera una superficial alusión al clima cálido
del mediodía. Ninguna de las dos tuvo interés en intercambiar opiniones o una
sonrisa. Quizás, ambas consideraron que nada tenían en común y probablemente
así lo fuera.
El
supermercado volvió a quedar vacío. Durante este horario –el del almuerzo- el
comercio no suele tener mucha
concurrencia.
La cajera es la hija del dueño del supermercado y todavía
le cuesta comunicarse con fluidez. Lei Yang –ese es su nombre- es tímida y hace
lo imposible por pasar desapercibida entre la gente. Con sólo 20 años, esconde
en sus ojos rasgados, su largo y lacio pelo negro y su alta estatura, una
inseguridad que le impide mostrarse tal como es. Es que recién ahora comienza a
sentirse parte de la sociedad argentina. Cinco años atrás, ella tenía una vida
en Fujian, una provincia al norte de China.
Históricamente, esa región fue muy pobre y con gran densidad
de población, 32 millones de habitantes. En el pasado, muchos fujianos dejaron el país en busca de
mejores oportunidades y prosperaron. Esta práctica fue aumentando con el paso
del tiempo, generando una cultura del éxodo que hoy es característico de los
pobladores de Fujian. Desde que Lei tiene uso de razón, sus vecinos más cercanos,
sus familiares y sus conocidos migraron a otros países -Brasil, Estados Unidos,
Australia, Argentina- en busca de una mejor calidad de vida para hacer lo que saben: trabajar en
supermercados. Tal es así que, según la Dirección Nacional de Migraciones, en
Argentina se abre un supermercado chino cada dos días.
—En general, todo
bien con Argentina porque vivo con toda mi familia y tengo amigos. No extraño nada de China. Sólo
los abuelos de parte de mi mamá, que no
están acá. Los demás familiares están acá o sino en otro país. Para mi es lo
mismo. Adonde vayan mis papás yo voy a ir. No depende de mí. Mi papá me
preguntó si quería quedarme allá o venir con ellos y yo decidí estar con mi
familia- explica Lei de una forma muy natural y sin ninguna expresión de melancolía,
tristeza o nostalgia, mientras acomoda las bolsas que hay arriba del mostrador.
*
La
primavera está recién llegada y regala unos cálidos 25 grados. Lei está lista
para disfrutar del único día no laborable que tiene. Para este fin de semana su
plan es ir a pasar el día a los bosques
de Palermo con sus amigos de “Aquellos años”, un grupo de Facebook creado por
adolescentes chinos para mantener una relación en Argentina.
—A mis papás no
les gusta mucho que me vaya tan lejos y menos todo el día. A veces vuelvo a las
diez u once de la noche y en colectivo. Es peligroso, pero no tengo miedo -sostiene
Lei y asegura que si bien no conoce a todos los integrantes de “Aquellos años”,
quiere tener más amigos y salir a pasear.
Los bosques de Palermo se encuentran repletos de
gente que patina, anda en bicicleta, hace deportes y toma mate. Lei está feliz
y ansiosa por empezar a disfrutar del día.
—Mis amigos están por acá. Me dijeron arriba de un
puente blanco, hay que encontrar alguna
cara asiática –indica ella.
Después de algunos desencuentros, el grupo por fin
está unido. Son tres varones y ocho mujeres jóvenes que automáticamente
comienzan a hablar el chino mandarín. Se sienten unidos, pueden compartir
rituales y costumbres que serían imposibles de hacer con un occidental, debido
principalmente al idioma. La gran barrera que los separa.
Es hora de decidir qué entretenimiento mantendrá a
los adolescentes ocupados durante un par de horas. Las opciones se dividen
entre rollers, bicicletas y carritos. El vendedor los mira y parece que los reconoce.
— Hola, queremos alquilar ocho patines y tres
bicicletas- le dice uno de los jóvenes al vendedor.
—Serían $330, no hace falta que me dejen documento
porque a ustedes ya los conozco, vienen siempre- afirma el vendedor con una
sonrisa.
Los cuatro adolescentes orientales, que están frente
al mostrador, se abalanzan para pagar el monto. Sacando de sus bolsillos varios
billetes arrugados de cien pesos.
Definitivamente, el pagar a la romana no es su costumbre.
—Para nosotros es un símbolo de amistad que uno pague
todo. Cada uno paga un fin de semana -explica Lei.
Andan por
todo el parque con patines y bicicletas y a mucha gente le sorprende ver
semejante cantidad de adolescentes orientales juntos. ¿Percibirán los jóvenes a
aquellas personas que los miran con incertidumbre? ¿Se sentirán intimidados por
algunos niños que sin disimular los señalan? Claramente no, están en su mundo.
Argentina es su casa. Ninguno parece quejarse del país que sus padres
eligieron. Sin embargo, tampoco parecen sentir la necesidad de integrarse
completamente a la sociedad. De los once jóvenes, que con alegría recorren el
parque, sólo Lei puede hablar bien castellano y otra lo está aprendiendo. Esa
es Rocío. Llegó el año pasado desde Fujian y por ahora está feliz
—Lo que más me
gusta del país son sus “circunstancias”, como su nombre lo dice “Buenos Aires”-sostiene
sonriente y sigue mientras se acomoda el flequillo de su pelo negro:
—Todos son más
especiales que los chinos porque son de otra cultura. La gente argentina es
generosa y entusiasta. Los chinos somos conservadores y tímidos.
Aunque por ahora solo tiene planeado trabajar en el
supermercado que sus padres tienen en Quilmes, está segura que le encantaría
independizarse y estar integrada en la sociedad argentina.
El personaje antagónico a Rocío podría decirse que
es Kevin, un joven de estatura media, simpático, gracioso y con personalidad de
líder. No por nada es el creador y representante principal del grupo. Hace
cuatro años que reside en el barrio porteño de Once. Dos meses estudiando
español le bastaron para saber que no le gustaba y que era muy difícil. Él y su
familia provienen de la provincia China de
Cánton conocida por explotar el negocio culinario. Por eso, cuando
llegaron a Argentina pusieron un restaurant. Sin embargo Kevin prefirió
trabajar en un supermercado.
— Es más fácil, no tenés que hablar con la gente.
Aparte no me gusta mucho la gente argentina. Los argentinos son agrandados y
cancheros -afirma Kevin, aunque luego aclara que tiene muchos amigos en el
país.
La tarde transcurre sin ningún problema. Los once
jóvenes que se habían encontrado horas atrás se separan. La semana termina de
la mejor manera y Lei espera con ansias que pasen los días para volver a
disfrutar de un rato de distracción con aquellas personas que la hacen sentir
como en su casa.
*
La historia de la familia Yang en Argentina comenzó
en 1998 cuando Aquil Yang, vino al país para poner un supermercado en la ciudad
de Rosario, provincia de Santa Fé. El negocio fue tan bien que a finales del
2000 ya tenían otros tres locales comerciales, que administraba con su esposa,
Li, quien para ese tiempo ya había llegado al país para acompañarlo. Sin embargo,
la historia del progreso infinito terminó en diciembre del 2001. Los saqueos,
los robos y la crisis económica, política y social que vivió el país lo
obligaron a volver a empezar. Esta vez, en Villa Luzuriaga, una pequeña
comunidad ubicada en el partido bonaerense de La Matanza. Allí instalaron un
nuevo supermercado llamado “Camelia” que prosperó y les permitió encontrar
estabilidad económica. Esa tranquilidad hizo posible que sus hijas, Lei y Rong
Rong pudieran instalarse en Argentina, junto a ellos.
Como Aquil, hay miles de chinos que eligen Argentina
por sus oportunidades y por la flexibilidad de su gente. Incluso, con el paso
del tiempo, la comunidad oriental en el país buscó distintas maneras de
integración. Según Laura Bogazo Bordazar – miembro del centro de estudios
chinos de la Universidad de La Plata- en los últimos años
se ha percibido en la comunidad china una inclinación a destinar más dinero y
tiempo a actividades de esparcimiento con la sociedad argentina. De alguna
manera, esto indica una necesidad de formar parte de ella.
Por otro lado, es imposible negar la influencia que,
cada vez más, tiene la cultura china sobre la argentina en rubros como la
medicina y la comida. En realidad, esta interacción entre ambas comunidades no
es azarosa, si se tiene en cuenta que después del flujo migratorio proveniente de Bolivia, Paraguay y Perú, le sigue
China. Por eso, como explica el último informe de la Dirección Nacional de
Migraciones, en la actualidad hay ciento veinte mil inmigrantes de esa región
distribuidos desde el norte hasta el sur del país, aunque la gran mayoría se
concentra en Capital Federal y el Conurbano Bonaerense.
*
Es lunes. El fin de semana pasó y la época de
parciales se acerca. Sentada en su banco de la Universidad Nacional de La
Matanza, Lei escucha una clase de economía que poco parece entender. Le cuesta
explicar por qué decidió estudiar administración de empresas. No parece muy
interesada. Su mamá le dijo que si no estaba segura de qué hacer, eligiera algo relacionado con las
matemáticas. Y así lo hizo.
Su cara no expresa nada. Ni duda, ni sorpresa, ni
siquiera asienta con su cabeza. Termina la hora y sale del aula sin despedirse
de ningún compañero.
La universidad es complicada y difícil. Pero Lei
está segura de que es mucho mejor que el colegio. Esos años fueron duros porque
nunca logró una buena conexión con sus compañeros y vivió, por primera vez, la
discriminación en carne propia.
—Al principio algunos chicos
me trataban mal y decían malas palabras a mis espaldas. Se reían y yo no hablaba porque me daba vergüenza
equivocarme. Una vez me robaron la plata de la mochila y cuando pregunte quién
había sido nadie me respondió. Ni las profesoras encontraron al que me había
robado- recuerda Lei con angustia. Le cuesta relatar sus años de secundario con
alegría.
Ahora todo cambió. Se siente más segura al hablar. Poder
comunicarse para ella es esencial. Además, ya no siente que la gente se burle. Lei
es una luchadora que busca pasar desapercibida. Al igual que muchos de los que
arriban a Argentina para día a día librar sus propias batallas. Y así, cada uno
a su manera, intenta encontrar un futuro mejor.