Carlos Abdo alcanzó la
presidencia de San Lorenzo pero no pudo terminar su mandato de tres años a
causa de una crisis económica, deportiva y política que él mismo ayudó a
generar. Perfil de un hombre mediático que tan pronto abrazó el éxito como la
derrota
Por Sebastián Otero
La
psicología caracteriza la bipolaridad como la presencia de uno o más episodios
con niveles anormalmente elevados de energía. Cambios extremos en el estado de
ánimo, como los del ex Presidente de San Lorenzo, Carlos Abdo.
Esta
historia empieza el 27 de diciembre de 2010. Aquel lunes, hervía el estadio del
Ciclón, en el sur de la Ciudad
de Buenos Aires. Debajo de la platea Norte, Abdo recibía la banda presidencial.
De saco blanco, impoluto, y con un naranja exultante en su piel, el hasta
entonces hombre de los carteles, dueño de la estática perimetral en todas las
canchas de fútbol, se despedía del anonimato.
Un
móvil de C5N lo estaba esperando. Lo saluda a Eduardo Feinmann. “Llegamos”,
dice. Llora. En la TV ,
le recuerdan cuando arribó del Paraguay “con una mano atrás y otra adelante”. Se
quiebra de vuelta y continúa riendo en el rally de flashes.
Algunos
metros adelante, más serio, promete una auditoría, armar un equipo competitivo,
recuperar la institucionalidad, construir un Microestadio con un préstamo
personal de 20 millones de pesos depositados en una desconocida escribanía. En
su discurso, convoca a la
Unidad.
Un
año y medio después, terminó el mandato que debía durar hasta diciembre de 2013
con un equipo al borde del descenso, sin institucionalidad, Microestadio, ni
Unidad.
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Su historia comienza el 20
de enero de 1953. Carlos Eusebio Abdo nació
en Paraguay. Si lo que cuenta es cierto, vivió con sus tíos hasta los cinco
años. Su madre apareció en la lista negra desde que su padre integró un golpe
militar contra el gobierno de Alfredo Stroessner. Ella escapó de la cárcel y se
reencontró en Argentina con Carlos, criado por la abuela Ataní, fanática de San
Lorenzo.
Terminó
el colegio a los 16 años en el Vieytes. Peronista, pero militante de Franja
Morada cuando estudió para abogado, título que no consiguió aunque siempre
deseó.
Sin
diploma, Abdo se dedicó a los negocios. Creció abruptamente cuando conoció a su
compatriota, Carlos Ávila, ex dueño de TyC. Décadas después, idearon juntos el
programa Sin Codificar. En la actualidad, la titularidad del espacio que
conduce Diego Korol se dirime en la Justicia.
Pasó
de ser un vecino de clase media en el barrio de Versailles, a un empresario
exitoso, propietario de un piso a metros del Hipódromo de Palermo, con dos
Mercedes Benz Clase E blancos, además de tener un amigo que sustenta su fortuna:
Julio Humberto Grondona.
En
menos de una década, se convirtió en gerente de la constructora Conenar, en
sociedad con Don Julio; director suplente en la Alcoholera San
Lorenzo; integrante de una firma que representa futbolistas de nombre Seniors
Sports Marketing SRL, y dueño de Estática Internacional, empresa que monopoliza
la publicidad en los estadios de fútbol.
Con
la misma celeridad, se convirtió en Presidente de San Lorenzo de Almagro, club
del que fue querellante en una causa en 2003 cuando confesó que su relación con
la institución era “comercial”.
***
“Al paraguayo me lo cargo en 40 días”.
Con tanto de xenofobia como de ambición, el vicepresidente de Abdo, Carlos
Datria, pronunció la amenaza en el restaurante El Mangrullo. Antes de arrancar,
el Presidente ya tenía de qué preocuparse.
Este
peso pesado en la UOCRA
se alejó pronto de Abdo. Rompió la sociedad y se dedicó a pasear por Europa
junto a cuatro amigos y pares en Comisión Directiva. Lo dejaron solo. Pero
resistió, al menos los 40 días.
A
su regreso, Datria buscó amainar el descontento con dinero para afrontar
cheques impagos pero los 550 mil pesos no tranquilizaron a Abdo, quien entendió
que se trataba de aportes asimétricos. Hasta entonces, el hombre de Estática
llevaba puestos 7.888.336 pesos.
A
la espera de nuevos financistas, el Presidente perdonó a Datria, se arrimó a Juan
Miró, hijo de un allegado a Cristóbal López, y conoció a Roberto Álvarez,
hombre de la Bolsa
de Comercio. En abril de 2011 constituyeron un órgano directivo paralelo en el
hotel Four Seasons.
La
sociedad no duraría mucho tiempo pero la mesa chica funcionó rigurosamente como
el casting de un reality en busca de billeteras gordas que citaban una vez por
semana a las 19.
Después
de pedir un café y prender su habano Black Vanilla, Abdo levanta la mano. Era
la señal para el elegante pianista del hall. Debía acercarse, elegir una
partitura y tocar. Hacer ruido, en realidad. ¿La finalidad? Embarullar la
posible grabación de las citas a través de los tantísimos celulares que se
apoyaban en esa mesa.
La
pantomima duró poco. Cuatro meses después, Datria y sus hombres dejaron para
siempre la mesa de Comisión Directiva. El segundo piso de la sede del club, en
el centro, era una síntesis de la división en un semestre de gobierno: tres
oficinas donde antes había una.
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En
lo personal, siempre presintió que lo perseguía la mala suerte, un estigma del
que hasta hoy no puede despegarse.
Como
empresario, cuenta cuando fundó su empresa y consiguió de cliente a Lapa días
antes del famoso accidente en Aeroparque. San Lorenzo lo atrapó con Seniors
Sports Marketing en la
Convocatoria de Acreedores. En la Presidencia , un
tornado atravesó con una furia imponente la Ciudad Deportiva del club. Ráfagas
de 100 kilómetros
por hora de viento derribaron un gimnasio de 47 metros por 30,
tumbaron todos los alambrados y desacomodaron los bloques de hormigón en una
tribuna del estadio. La mala suerte lo perseguía como un perro devoto.
Una
pulsera de santos en su muñeca derecha simboliza su fe. Y, como en la mayoría
de los casos, la mala racha aferra todavía más al creyente. A la crisis
política se le sumó la deportiva: el descenso, a la vuelta de la esquina. La
salvación a la vista era un manosanta. “Ahora necesitamos una convención de
brujas porque estamos mal. Algunos van al psicólogo, yo iba de una mujer que me
hacía bien espiritualmente”, declaró. No era un chiste.
Primero,
llevó tres señoras que perdían el conocimiento al entrar al vestuario local y
absorber las malas energías. Después, apareció un brujo que exorcizó el
camerino y quemó in situ un sillón
con mala vibra. Luego, fue por más: presentó ante un chamán tres listas con la
foto de todo el plantel profesional, cada uno de los miembros de Comisión
Directiva y de la Asamblea.
Perdió
su equipo y el rumbo. Se acabó la magia. De vuelta a la realidad. No había paz:
renunciaba su hombre de confianza, el Tesorero Ricardo Sarinelli; su
financista, Juan Miró, era acusado de esfumar 600 mil dólares en el pase de un
jugador, y su compañero, Jorge Aldrey, estaba sospechado por una supuesta coima
al futbolista Osmar Ferreyra para jugar en San Lorenzo. ¿Mala suerte?
***
Solo,
o mal acompañado, Abdo se refugió en su familia, sentimental y económicamente.
A través de Publicidad Estática, su hijo Federico le prestó un total de 2.000.000
de pesos hasta agosto de 2011. Al final de su mandato, la cifra alcanzaría los
31.015.288 pesos. En tanto, él aportó 570 mil dólares. Pero cuando intentó blanquearlos
en Comisión Directiva, el inestable gobierno se convirtió en caótico. El 80 por
ciento de los préstamos eran cheques diferidos a seis meses que la
Tesorería cambió en el Banco Macro y Credicoop, o reventó en
las financieras AMIGAL y ProPyme al 40 por ciento. Con impuestos, el porcentaje
ascendió al 50 por ciento
Crisis
deportiva, económica, familiar y también política. Su objetivo, entonces, fue
comprar la tranquilidad con la salvación del descenso a cualquier costo. Así
llegó a firmar su carta de defunción en el barrio de Palermo. Su sastre, Marcelo
Tinelli, con quien había integrado un Grupo Inversor sin llevarse bien en San
Lorenzo entre 2007 y 2010.
El
10 de abril, Abdo fue a su propio funeral. Nadie
sabía para qué asistía aquella noche. Lo cierto es que estaban todos: colaboradores,
opositores, allegados a MT, amigos y el Presidente.
— ¿Vienen
a lo de San Lorenzo? Pasen por allá.
La
mesera, convertida en recepcionista, indicó la puerta trasera de un bar en
Honduras y Carranza. No parecía un lugar para el Presidente, habituado a parar
en el Hilton con habano Black Vanilla y Luigi Bosca. El saco blanco y el
glamour de los hoteles cinco estrellas eran historia. La cita era con una
picada y gaseosa en un segundo piso en remodelación.
— En
junio, barajamos y damos de nuevo.
Palabras
de Abdo. No ofreció más detalles. Pocos le creyeron. Pero el mensaje era claro:
pronto habría elecciones. Pero antes, debían garantizarle una mano en la recta
final del campeonato en el que San Lorenzo peleaba la permanencia.
El
Presidente deslizó algunas confidencias y pasó revista de los favores, entre
ellos el costo de incentivar a los rivales de Tigre y All Boys, y se fue. Del
resto, se ocuparía el nuevo DT: Ricardo Caruso Lombardi.
***
La
historia deportiva tuvo final feliz. El Ciclón ganó la Promoción ante Instituto
y, en Córdoba, el Presidente ofreció su última performance. “Uno sufre mucho.
No puedo más”, balbuceó antes de romper en llanto. Días más tarde se arrepintió,
pero ya le habían tomado las medidas del cajón.
Lo
insultaron apenas terminó la temporada futbolística y el último intento por
reunir a la Comisión Directiva
para aprobar sus préstamos sólo contó con la presencia de tres directivos, en
una sede vallada, con empleados en huelga y con custodia policial.
Abatido,
con el orgullo roto en mil pedazos, salió por la puerta de atrás con su hijo Federico
a su sombra. Por la noche, medicado a raíz de un desmayo, despidió a su público
en la radio. Rubricó su salida y viajó a Europa. En su breve exilio, el grupo
de hinchas que vive en Barcelona le denegó el permiso para ver juntos el
partido contra Estudiantes de La
Plata. Era el ocaso de una estrella que, a pesar de cargar
con el peso de ser el único Presidente renunciante en los últimos veinte años, fue
el único que regresó al estadio.