Por Mayra Ortiz
En medio del bullicio, una voz -que apenas puede
percibirse- anuncia por altoparlante la largada. Nadie parece escucharla, sólo
las seis competidoras que hace varios minutos esperan ansiosas su momento. El
silbato del juez indica que hay que saltar y los cuerpos
se zambullen por completo en el agua. La carrera arranca y la nadadora del
carril cuatro lidera la prueba. Ninguna sorpresa. Se supone que quien va por
allí es siempre la más rápida de la serie. Sin embargo, cuando llega al borde
contrario, un sujeto que está fuera de la piscina golpea suavemente la cabeza
de la nadadora con una vara que tiene una esponja en la punta. Es la señal de
que el fin de la pileta se aproxima y hay que dar la vuelta. Con total
naturalidad, ella realiza un rol y se impulsa de la pared para continuar
nadando aún más rápido. Los espectadores se sorprenden. ¿Quién es ese hombre?
¿Por qué hace eso? Casi todos en el público se lo preguntan y un hombre
responde seguro: “Ella es ciega y él es su entrenador.”
El bullicio, que se transforma en un silencio expectante, se rompe de inmediato y una ovación baja desde las tribunas. El público se emociona sin poder creer lo que acaba de presenciar. Su reciente actuación fue admirable.
El bullicio, que se transforma en un silencio expectante, se rompe de inmediato y una ovación baja desde las tribunas. El público se emociona sin poder creer lo que acaba de presenciar. Su reciente actuación fue admirable.
La chica que no ve ganó.
***
La escena de recién formó parte del torneo metropolitano del que Nadia
Báez participó en julio de 2012. Ella es oriunda de la localidad bonaerense de
Moreno y con 23 años ya tiene una vida como para escribir un libro. Con una medalla paraolímpica bajo el brazo,
ella está convencida de que un gran futuro la espera.
Los Juegos Paralímpicos de Londres, que se realizaron entre el 29 de
agosto hasta el 9 de septiembre de 2012, fueron el broche de oro que reafirmó
todo el esfuerzo de años de trabajo constante. Fue la primera vez que una
nadadora ciega argentina obtiene, en un podio olímpico, con el bronce por los
100 metros pecho.
Pero el camino recorrido no fue nada fácil: a los nueve meses de nacer,
le diagnosticaron cáncer de retina en los dos ojos. El ojo izquierdo tuvieron
que extirparlo y en el derecho recibió tratamiento con rayos y quimioterapia. Pero
quedó muy dañado. Así fue como, poco a poco, fue perdiendo la visión, hasta
quedar ciega por completo.
—Hasta los 10 o 12
años, veía poco. Pero en el colegio podía escribir y leer fotocopias ampliadas.
Después fui perdiendo más la visión y a los 15 años empecé a manejarme con
braille –dice Nadia, desde su casa. Recorre los espacios sin necesidad de usar
el bastón. Es lógico. Esos espacios los conoce de memoria.
Es alta y delgada. Tiene el pelo castaño y lacio, apenas le pasa las
orejas y no llega a rozar los hombros. Su ojo izquierdo siempre permanece
cerrado y su cuello, erguido. Viste un conjunto de ropa deportiva del Club Mariano
Moreno de la localidad de Castelar, provincia de Buenos Aires. Es que aunque
hoy en día entrene en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD),
la cuna de grandes deportistas, ella sigue yendo al club que la vio nacer y
transformarse en una nadadora de elite.
Su mamá la acompaña a acomodarse en una silla, pero después la deja
sola. Hasta el año pasado, Nadia aún veía colores y algunas formas. Ahora ya
no.
— ¿Cómo recordás tu infancia?
—De un verano
a otro, cuando fui a armar la mochila para el colegio, dije: “¡Uy! No veo los renglones.”
Nadia, cuando era todavía una niña, asistió a una escuela convencional.
Después comenzó a ir, de manera alternada, a un colegio especial. Así se
adaptaba a los materiales y le enseñaban nuevos métodos para estudiar. Asegura
que quedarse ciega no le generó ninguna crisis de depresión, ni trauma. Aunque
pasó por momentos duros.
Desde pequeña, ya amaba el deporte. Le gustaba competir. Comenzó
practicando patín carrera y gimnasia artística desde los 6 años. Llegó a
participar en competencias. Al darse cuenta que cada vez veía menos y sus
acciones se limitaban, decidió involucrarse en nuevas disciplinas. Este
incentivo llegó de la mano de la escuela para ciegos. Allí practicaban deportes
y Nadia descubrió el Torbol. Esta actividad es exclusiva para ciegos y se juega
en equipo con una pelota con cascabel, cuyo objetivo es pasarla por debajo de
unas cuerdas tensadas para que llegue al arco contrario. El Torbol la llevó a
participar en sus primeras competencias, pero Nadia no se quedó allí. También
empezó a practicar atletismo, aunque no con un entrenamiento fuerte. Fue en
este camino de descubrimiento de nuevos deportes cuando ella decidió nadar por
primera vez.
***
Su primer contacto con el agua lo tuvo a los diez años. Pero a medida que evolucionaba, Nadia quiso comenzar a entrenar a un nivel superior y fue así que llegó al Club Mariano Moreno, bajo la tutela de Agustín Loiacono, quien se transformó en su entrenador.
Su primer contacto con el agua lo tuvo a los diez años. Pero a medida que evolucionaba, Nadia quiso comenzar a entrenar a un nivel superior y fue así que llegó al Club Mariano Moreno, bajo la tutela de Agustín Loiacono, quien se transformó en su entrenador.
—Nadia apareció en el 2006. Yo no tenía ninguna
experiencia en preparar a nadadores no
videntes y me entusiasmo la idea. Así que empecé a investigar –dice Agustin, al
costado de la pileta Mariano Moreno.
El aprendizaje fue mutuo. Nadia nunca había entrenado en alto
rendimiento.
—Ella me dijo: “quiero entrenar”. Y yo le dije: “Pará
flaca. Entrenar significa ser sistemático, ir al gimnasio, entrenar los
feriados”. Y ella me contestó: “Esto es lo que yo esperé toda mi vida”.
Y Nadia se quedó. Desde entonces, recorre sola todos los días el mismo
camino: desde su casa viaja en colectivo hasta la estación de tren que la lleva
a Castelar y desde allí camina ocho cuadras hasta el club.
La carrera deportiva de Nadia fue
muy vertiginosa. A tan solo un año de entrenamiento, ya se encontraba corriendo
en los Juegos Parapanamericanos de Río de Janeiro. Y tras otro año tuvo su
primera participación en un Juego Paralímpico en “Beijing 2008” . Cuando sucedió esto, Nadia era muy chica. Con sólo
19 años pareciera no llegar a darse cuenta de la magnitud de sus logros. Los
nervios no se apoderaron de ella y lo vivió como un torneo más. En aquella
época, si bien su actuación fue buena, no logró subirse a ningún podio. Pero
cuatro años más tarde, la historia sería distinta.
—En Londres, cuando salí de la carrera y me dijeron
que había quedado tercera y el tiempo que había hecho yo dije “Ah bueno”, como algo muy natural. “¡Pero ponete contenta, tenés medalla!”,
me dijeron. Fue algo que yo no caía.
Es que las reglas de los nadadores ciegos difieren
de las convencionales. A ellos los asistentes no les pueden hablar, ni alentar,
ni siquiera antes de la competencia. Ellos no tienen noción de cómo van sus
contrincantes. Tampoco de en qué puesto terminaron. No hasta que salen del
agua. Es una verdadera competencia contra uno mismo.
Pero Nadia no obtiene solo medallas. La catarata de
reconocimientos y felicitaciones fue constante tras su regreso de Londres. Por
primera vez se realizó una conferencia de prensa ni bien bajaron del vuelo los
cuatro medallistas nacionales, mucha gente los esperaba, luego vino el saludo
de los amigos, del Club que la vio crecer, de las distintas Federaciones, del
Intendente de Moreno que la recibió en la Municipalidad y le obsequió una placa
y un ramo de flores y esa noche vendría un reconocimiento aún mayor, la
presidente Cristina Fernández la recibiría en la Casa Rosada junto a toda la
delegación paralímpica.
—Este tipo de reconocimiento me genera alegría,
facilita la inclusión y la difusión del deporte paralímpico. El año pasado
empezó a igualarse el tema de Paralímpicos con Olímpicos, buscan igualar la
prensa, las becas. Se empezó a conocer un poco mas y la verdad que nos viene
bien –comenta Nadia con alegría.
***
El agua no es su única pasión. Nadia piensa en su futuro, más allá de la
natación. En el 2010 comenzó a estudiar psicología. Cursa en una sede de la Universidad Abierta
Interamericana (UAI). El primer año aprobó todas las materias. Después tuvo que
optar por cursar menos. El entrenamiento se tornó más duro y tenía que tener
tiempo para descansar. Disfruta pasar tiempo con sus amigos, cocinar y andar a
caballo. Pero nunca descuida la pileta. Es que el tiempo corre muy rápido y en
cuatro años las olimpiadas de “Brasil
2016” serán su próximo objetivo.
—Yo tengo una beca “de proyección” Secretaría
de Deportes de la Nación y el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo
(ENARD), que te van aumentando el monto conforme al ranking o cantidad de
medallas mundiales u olímpicas. Ahora la de Londres suma mucho –confiesa la
nadadora entre risas.
Para Nadia, la natación se
transformó en su vida. La pileta es su segunda casa.
***
Es miércoles y Nadia llega al Club. Se cambia, saluda a todos y de
inmediato se pone a hacer ejercicios
para su próximo entrenamiento. Conversa con sus compañeros. Todos la conocen y
la ayudan a movilizarse, aunque prácticamente no lo necesita. Ella es la única
no vidente y varias veces bromea con su condición. Al entrar a la piscina del
Mariano Moreno, busca con cuidado el borde. Se coloca su gorra y antiparras y
se sumerge en el agua.
Comienza a nadar. Ya sabe como inicia la rutina. Ella va sola por un
carril, los otros nadadores ocupan los restantes. Nadia nada cerca del
andarivel para mantener la dirección. Cuenta la cantidad de brazadas exactas
que la llevan hasta el borde contrario de la pileta. Cuando lo alcanza, pega la
vuelta y emprende el regreso hacia el otro lado. Parecen movimientos casi
automatizados. Cualquiera que la viera, sin conocerla, no lograría percibir de
inmediato que ella es ciega. El ejercicio acaba de terminar. Agustín le da más
indicaciones y el entrenamiento sigue,
como va a seguir el siguiente y el siguiente de ese siguiente. Para Nadia quedarse
ciega no fue un impedimento. Es un desafío constante.