Drag
Queens en Argentina
No son gays, tampoco travestis.
Son hombres, muchos con hijos, a los que les gusta vestirse de mujeres. Juegan
a ponerse ropa femenina y pasar horas frente al espejo hasta convertirse en
personajes perfectos.
Por Anahí Signorelli
El diminuto y desprolijo cuarto
que le habían dado, en nada podría asemejarse a un camarín de estrella, de esos
tantos que se ven en las producciones hollywoodenses. Era extremadamente
pequeño. De hecho, todo en la provincia de Tucumán lo es. El aire, aún colmado
de humo, luchaba por salir por la abertura de la puerta, en cuya pintura roja,
rasgada por el tiempo, apenas podía leerse su antiguo rol: 'Depósito'. Sin
embargo, y a pesar del encierro que le generaba aquel lugar, le parecía estar
viviendo un sueño.
Sobre la pequeña cómoda, frente
al espejo, un corcho quemado aún reposaba sobre un viejo cenicero. Había
aprendido esa técnica de su mamá, de aquellos tiempos en los que pintaba a su
hermanita de negrita mulata para los actos escolares. Cuando decidió que África
sería el tema de su show, no dudó en que recurriría a ella. Investigó todo lo
que estuvo a su alcance sobre aquel mundo: las vestimentas típicas, sus
costumbres, su historia. Quería representar un cuerpo desnudo de una verdadera
'negra africana'.
Cubrió su cuerpo, ahora
totalmente negro, de cadenas doradas, de plumas de colores, de brillo,
representando el oro, las alhajas y joyas de aquellas sociedades. Imitó el
atuendo típico del chamán y supo que nada más haría falta.
Sus dedos, tan finos como
delicados, parecían temblar. Sin embargo,
tenían la firmeza justa. Se movían, gráciles, sobre el borde de los
ojos, delineándolos. Buscaban la perfección. Más tarde, pintarían sus labios de
un rojo intenso.
En un rincón de la habitación,
alguien tarareaba una canción indefinible. Por la forma en que lo hacía, bien
podía tratarse de un tango, o una moderna melodía del rock. Jem, con quien
había compartido una amistad infinita desde que se conocieron, sólo se había
limitado a observar y a acompañar en silencio desde aquel rincón. Era una de
las tantas que no habían sido seleccionadas para representar a su provincia
pero, aún así, había viajado para presenciar el evento.
Toc. Toc.
Se miraron. La puerta se abrió
casi al segundo y Jem, entendiendo lo que eso significaba, corrió hacia afuera
para posicionarse junto al público, debajo del escenario.
— Ya te toca a vos. Cuando
termine este número, te van a anunciar.
Sobre el escenario, se escuchaba
a la presentadora:
— La siguiente performance tiene
como temática el continente africano. Ella tiene 32 años y representa a la
provincia de Córdoba, según dice, por última vez… Recibamos con un aplauso a
Kanelha.
La música comenzó y cada parte
del show salió a la perfección. Cuando terminó, el público presente estalló en
aplausos. Estaba claro que sería de las favoritas para la corona.
Casi tres horas después, el lugar
seguía lleno de gente. El escenario, pequeño ante la multitud, sostenía a las
18 concursantes, aún adornadas con sus hermosos y extravagantes trajes. Todo
había salido perfecto y la competencia era muy dura. Al mirar el escenario,
resultaba imposible ignorar las figuras femeninas que, seguras e imponentes,
aguardaban la decisión del jurado. Kanelha estaba entre ellas.
Justo cuando el veredicto se
volvía eterno, Tasha, una 'reina retirada' y miembro del jurado, se puso de pie
y propuso anunciar a las tres ganadoras: la segunda mención fue para Serenity,
representante de la provincia de Salta. La primera mención fue para Yanurix,
representante de la provincia de La Rioja.
Aplausos. Gritos. Sólo eso podía
escucharse. Sin embargo, sobre el escenario, todas las concursantes desviaron
la mirada a una de ellas. Sabían quién sería la ganadora y, con sus ojos,
adelantaban la decisión final.
— Finalmente, -anunció Tasha- la
ganadora de esta elección nacional, la nueva reina nacional es… ¡Kanelha,
representante de la provincia de Córdoba!
En ese momento, las otras
concursantes la rodearon y, por unos minutos, Kanelha parecía haber
desaparecido entre ellas.
Aquella noche del 8 de julio, un
día antes del festejo de la independencia, San Miguel de Tucumán se había
vuelto particularmente cálida. Era invierno pero, esa noche, los cuatro grados
de temperatura eran imperceptibles en el ambiente. El aire festivo se respiraba
diferente en la ciudad.
Sobre la calle Congreso, todo
estaba listo para el día siguiente, para los festejos en la antigua
construcción histórica —que todos conocen como la Casa de Tucumán—, cuna de la
independencia nacional de la corona española. Sin embargo, a poco más de una
decena de calles, sobre la avenida Rivadavia, la fiesta ya había comenzado en
la disco Diva. Aun así, no se festejaba allí el derrocamiento de aquella
corona, sino la elección y asunción de una nueva y el comienzo de un nuevo
reinado… El de la reina nacional Drag Queen.
* * *
El arte Drag es una disciplina nacida
en los remotos tiempos de la Antigua Grecia, cuando las mujeres no tenían
permitido participar de las producciones teatrales y eran los hombres jóvenes
quienes representaban los papeles femeninos. Sin embargo, no fue hasta el Siglo
XVI que este arte tomó identidad propia, cuando William Shakespeare bautizó a
estos actores como 'Drag', el acrónimo de 'Dressed As A Girl' -'Vestido como
mujer', en inglés-.
Hoy en día, se trata de un
movimiento artístico que propone repensar los roles y estereotipos que se le
asignan a cada género. Las Drags luchan, desde el arte, por acercarse, al menos
un poco, al ideal de la igualdad.
* * *
Cuando apenas alcanzaba los 16 años,
Bruno llegaba al metro ochenta. Había pegado el 'estirón' definitivo unos meses
atrás. Una incipiente barba se asomaba sobre su barbilla, intentando competir
con su melena, morena y alborotada. Sus manos, fuertes, se aferraban al
apoyabrazos de una butaca del Apolo, uno de los tantos teatros de la calle
Corrientes. En un espectáculo que fue a ver con su grupo de amigos del taller
de teatro conoció a Tasha –la reina retirada-. Le impactó de manera particular
su personaje: se presentaba como una mujer, pero no actuaba en absoluto como
tal. Recorría todo el escenario en tacos, los manejaba como si hubiera nacido
sobre ellos, cantaba, gritaba, le escapaba a la rigidez del guión y, en varias
ocasiones, bajaba del escenario y se sentaba en el piso, junto al público.
Rompía todas las reglas y eso, para alguien de 16 años, era admirable.
Ya en la calle, esperando un
taxi, la vio salir del teatro con todo el elenco y no dudó en acercarse para
pedirle consejos de actuación. Desde entonces, no concibe su vida actoral sin
ella.
A poco menos de un mes de aquel
primer encuentro, Bruno se convirtió en su discípulo y aprendió todas las
técnicas del arte drag.
Poco a poco, Bruno fue conociendo
todo sobre aquel mundo desconocido y el arte de 'montarse', de convertirse en
otra persona. Descubrió los secretos de los vestuarios femeninos, de los tacos
y las plataformas -inclusive el enigma que supone caminar sobre ellos y lucir
elegante-, los movimientos sutiles, la transformación de la voz y un campo que,
hasta entonces, le resultaba un misterio: el maquillaje. Lentamente, fue
insertándose en este nuevo mundo y creando a Jem, su Drag.
Cada vez que sube al escenario,
es otra persona. Es Bruno, pero, a la vez, es
Jem, ese lado femenino que todo hombre tiene y que, en el día a día, no
se permite sacar a la luz. Desde las tablas, sus ojos buscan entre el público
los de sus eternos admiradores: su mujer y su hija de 5 años.
— Yo sé lo que hacés, papá. -le
había dicho antes del show- Te disfrazás de mujer para hacer reír, porque sos
actor… no porque seas mujer.
El arte Drag no distingue género,
ni sexo. Sus personajes son andróginos, mujeres creadas a partir de la mente de
un hombre. No son mujeres, ni pretenden serlo. Y su hija lo sabe.
Tasha también está entre el
público, pero no es Tasha quien se ve, es Juan. Ya retirada -al menos de la
actividad 'profesional'- observa, orgullosa, a su alumno, el legado que le dejó
al arte. A su lado, Rodrigo sonríe
mirando a su amigo brillar. Momentáneamente despojado del aspecto de Kanelha y
sin la presión de actuar como una reina, se encuentra cómodamente sentado, con
sus pies sobre la butaca y un porte desalineado: su cabello, arremolinado, es
la huella del casco de la moto con la que llegó hasta allí. Unos jeans negros,
poco llamativos, se camuflan con la oscuridad de la sala, disimulando sus
piernas. Sólo su camisa blanca puede verse con claridad. De tanto en tanto,
rasca su barbilla, donde reposa una espesa barba, esa que admite extrañar
cuando se avecina el tiempo de jugar a ser Kanelha. Sus ojos claros, ocultos
tras unos grandes anteojos, revelan cansancio. Allí no es aquella diva
despampanante y, a pesar de llevar una corona de tinta sobre su piel desde la
elección nacional, nadie sabe que es una
reina. Ahora es, simplemente, un espectador.
El público aplaude. Otra vez, Jem
rompió las reglas. En el centro del escenario, su vestido irradia luz propia,
reflejada por el millar de lentejuelas plateadas. El telón, algo desteñido por
el tiempo, se cierra. Detrás de él, Jem comienza a 'desmontarse' a tanta
velocidad como le es posible: una asistente le acerca un espejo y crema
desmaquillante. Se toma unos segundos para mirar el reflejo de su imagen, la de
una diva del espectáculo. Los zapatos vuelan por el aire, al tiempo en que se
quita la peluca y el exuberante vestido, y tira a un lado el corset que,
segundos atrás, moldeaba una perfecta cintura femenina. Rápidamente, se calza
unos jeans, justo antes de pasarse la crema por la cara. Para cuando vuelve los
ojos al espejo, es Bruno quien le devuelve la mirada. Dos horas de show le han
dado un aspecto tan cansado y desalineado, como feliz y orgulloso.
Está listo. El telón vuelve a
abrirse y el público descubre a Bruno. La imponente figura femenina de Jem, se
ha convertido en un hombre tan común, frecuente y habitual como cualquiera que
habita las calles de la ciudad. La magia del trabajo de una Drag ha quedado al
descubierto. Una última ovación lo despide y el telón se cierra una vez más…
Esta vez, definitiva.