Por
Jonathan Amarilla
A
través de unos barrotes oxidados, un grupo de presos-estudiantes del
Penal 48 de máxima seguridad en José León Suárez, gritan,
desesperados, para poder salir a estudiar.
— Ustedes
negros de mierda, van a hacer lo que yo digo- grita un penitenciario
envalentonado y con cofia en mano.
— Acuérdense
que son presos ¿entienden?
— Ustedes
no piensan, no sirven. Son la mierda de la sociedad.
En
el universo de las estrictas clasificaciones penitenciarias, no puede
existir la categoría preso-estudiante. Ya es tarde. La cárcel
engendró su propio cuerpo extraño. La Universidad se inmiscuyó
por las grietas que el sistema dejó al descubierto.
La
jaula de hierro como depósito de pobres comenzó a ser discutida y
repensada desde adentro. Hoy, la lucha continúa. Y la educación
juega un papel fundamental en tal microfísica del poder.
* * *
Es
un viernes gris, frio y amenazador. La lluvia, al parecer, está a
punto de llegar.
O,
por lo menos, eso es lo que se puede ver desde la pequeña ventana
del Ford Fiesta gris que penetra la populosa ciudad de San Martin, en
el norte bonaerense, para llegar a la vecina localidad de José León
Suárez.
Fernando
Pathouros es el conductor. Además de estudiar Filosofía y Ciencias
de la Cultura, Fernando es administrativo del CUSAM, el centro
Universitario San Martin que funciona dentro de la Unidad 48 de
Máxima Seguridad de José León Suárez.
— Lindo
día para ir a la cárcel- dice mientras esboza una sonrisa.
A
medida que el auto avanza, la realidad cambia. Los bares top, las
peatonales estilo Florida y Lavalle y los chalecitos dignos de
familias clase media en adelante, dan lugar al olvido y la exclusión.
La gente desaparece. Y la miseria dice presente.
La
unidad 48 está emplazada en una zona de villas de emergencia, de
casas de chapas o fibra de vidrio en donde un grupo de cartoneros, a
lo lejos, hacen un poco de fuego para protegerse del mal clima.
Al
llegar, el aroma a muerte se hace sentir. El penal es vecino del
CEAMSE en donde meses atrás encontraron el cuerpo de Ángeles
Rawson. Ese olor putrefacto acompaña a todos lados.
En
la cárcel todo es gris monocromático, incluso más que el cielo.
Después de unas maniobras, comienzan los puestos de control.
Primero, en la Unidad 46 de Mujeres. El penitenciario mira las
credenciales y levanta la barrera, todo muy sistematizado y
disciplinado. Después, en la unidad 47 mixta y de media seguridad,
lo mismo. Por último, la 48, el momento de la requisa. Luego de la
foto y las advertencias del tipo “no lleves nada de valor”,
entramos al complejo.
Adentro,
todo sigue siendo gris, aunque con portones enormes que maquillan un
tímido verde. Uno, dos, tres, cuatro, cinco candados hasta llegar al
último que da paso al CUSAM. En el trayecto lo único que se escucha
son pedidos de cigarrillos y algún que otro grito que se pierde en
la soledad del viento. Desde el panóptico, un grupo de oficiales
miran atentos.
La
última posta se demora. A lo lejos, dos personas se acercan. Por un
costado y dividido por una reja un interno insiste con la súplica
nicótica. Los otros dos ya están a un paso. Jonathan Argüello, de
piel morena, cara angulosa y altura de NBA, trae en sus manos, además
de tatuajes, un bajo, mil cables, enchufes y cuadernos. El otro,
Chapu, un monitor, un bolso con hojas y demás cosas para la
biblioteca.
Los
penitenciarios no aparecen y el candado sigue cerrado. Del otro lado
de la reja otro interno hace jueguitos con una pelota celeste de
cuero gastado, mientras espera que abran el portón para llevar agua
a su pabellón ya que toda la red está contaminada por el CEAMSE.
Jonathan
habla y discute con el interno cigarrillo-dependiente y Chapu
empieza: habla de los monopolios de la verdad, de la perversidad del
sistema carcelario-capitalista y de la importancia de la educación
para romper con las lecturas ingenuas. Todo, sin soltarme la mano y
mirarme con ojos que interpelan hasta a la personalidad más dura.
— Como
dice Foucault, “saber es poder”. Bienvenido a la Universidad de
la cárcel, bienvenido al CUSAM. Suelta e invita.
* * *
Año
2009. El debate sobre la ley de Medios se lo devoró todo. Ese mismo
año, nació la primera experiencia universitaria intra-carcelaria,
el CUSAM, por demanda de los internos y en concordancia con la
Universidad de San Martin (UNSAM) y el Servicio Penitenciario
Bonaerense (SPB) que cedió el terreno.
La
opción final no fue Derecho, sino Sociología. Nombres y seudónimos
como Mosquito, Waldemar, Marcelo, Cebolla, Pablo son las identidades
que estuvieron, desde el principio, bregando por el Proyecto CUSAM.
Alrededor
de 100 internos pasaron por la Universidad en la cárcel. También
estudiantes y algunos- pocos- penitenciarios. La lógica disfuncional
del SPB y las problemáticas carcelarias hicieron que 23 personas se
recibieran. Algunas, en el penal y otras en la Universidad de San
Martin.
Los
números hablan por sí solos: de esos 23, solo cinco reincidieron en
conductas delictivas, dos murieron y los demás ingresaron al mundo
laboral, muchos dentro de la Universidad.
El
proceso de la “educación tumbera transformadora”, como la
llamaron los pioneros del CUSAM., hoy sigue en pie e incluso más
fuerte que nunca.
Según
Gabriela Salvini, otrora profesora y actual directora del CUSAM, el
próximo paso del proceso universitario en la cárcel es desarrollar
una política integral de educación que acompañe a las personas el
dia después de la cárcel.
—Todo
lo que se logró mientras estuvieron en el centro no puede perderse
ni bien pisan la calle. Hay que seguir acompañándolos en su propio
entorno para lograr una transformación radical. Y con ello dar
respuesta con hechos al rótulo estigmatizador de la inseguridad.
* * *
El
centro universitario es una edificación pequeña, rectangular,
parecida a los demás pabellones en estructura, pero no en esencia.
Tiene dibujos y murales de tinte latinoamericanista en sus paredes
que contrastan con el sincolor de la cárcel.
“Sin
berretines, amigo”, reza un cartel en su entrada.
En
su interior hay cuatro aulas donde se dictan las cátedras
universitarias y también talleres de arte y cultura, refrigeración,
criminalística, versada popular, poesía, filosofía, comunicación,
entre otros. También hay una dirección, una sala de saneamiento y
limpieza, el centro de estudiantes Azucena Villaflor y una
biblioteca.
En
la biblioteca se hace base. Entre mates y debates sociológicos, el
fenómeno de la universidad en la cárcel se torna central. La jerga
misma del CUSAM va en sentido contrario a lo que se suele ver,
escuchar o leer sobre el mundo carcelario. Proponen una entrevista
grupal-con este cronista- ya que colectivamente -y solo
colectivamente- la lucha y prevalencia del Centro fu posible. El “sin
berretines, amigo”, toma sentido.
Empieza
hablando Jonathan, oriundo de villa La Cava en San Isidro, hace 8
años preso y estudiante de segundo año de Sociología. Es Tímido y
cuidadoso con su léxico pseudo académico-tumbero, que no lo exime
de discutir con los autores que lee por su falta de “campo”.
—Yo
no puedo hablar de la escuela de Francia, porque no fui. Pero sí
viví en las villas y en las cárceles, muchos sociólogos no. Por
eso hablo de la sociología tumbera. Cuando salga voy a hablarle a
los pibes de mi barrio en su idioma.
En
eso Chapu, por lo bajo, explica el concepto de etnografía y se arma
una pequeña gresca.
— Eh
amigo estoy hablando yo, quequere que te hable corte la cárcel
recheto eh- grita Jonathan y deja a todos en silencio.
Después
retoma, pero unos movimientos por el pasillo y el sonido de una
batería que ocasionalmente suele tocar, lo hacen perder el eje de la
conversación y se va.
Rimas
de alto calibre, la banda de rap del CUSAM está a punto de ensayar.
Todo se revoluciona. El debate sigue, pero ahora, con una cortina
musical que emula los grandes hits del rock clásico con ritmo
rapero.
Pablo
Parmisano avanza sobre la educación y el viaje del conocimiento como
espacio de socialización y libertad, incluso en el contexto de
encierro carcelario. Pablo es primer vocal del centro de estudiante y
cursa el cuarto año de Sociología. Está a meses de salir en
libertad y piensa poder recibirse afuera. Su discurso es más sólido
y tiene un receptor primordial, el Estado.
— Mientras
el poder político y judicial se desentiendan de sus detenidos la
cárcel va a servir para mantener a las personas un tiempo. Los
cambios de leyes, la mano dura, las cámaras, mas cárceles y mas
patrulleros no cambian nada. El problema de fondo es la educación,
acá y en la villa. Que se reproduzca la educación y no el germen de
cultivo de la violencia y la cultura carcelaria.
Chapu
quiere interrumpir de nuevo, pero Pablo lo corta en seco.
—No,
no terminé todavía, tenés que calmar tu ansiedad.
El
mate se termina. Jonathan vuelve y pone la pava. Fernando ceba. Y
Pablo sigue con su análisis. Habla de la importancia de la
progresividad de la pena y de la educación como estímulo para
fomentar el inicio de los estudios a la gran mayoría de los presos
de la unidad.
— A
pesar de que los presos-estudiantes sean una minoría, el proyecto va
creciendo. El preso crea hábitos. Si te ve rastreando el va y
rastrea, ahora si te ve leyendo, poco a poco va a comenzar a leer e
interesarse sobre la educación. Antes se escuchaban muchos tiros
acá adentro. La educación los comenzó a acallar.
Llega
el momento de Chapu. Mientras sus demás compañeros hablaban, él
escuchaba e interrumpía. Chapu es Antonio Sánchez Arce, 31 años y
casi media vida de encierro. Aún no es estudiante formal de
sociología pero participa de oyente en muchas clases. Acelerado e
hiperquinético, decide darle un corolario a la charla con unas
palabras dedicadas a Pablo.
— Jamás
pienses que un barrio emergente es una meta, al contrario, inícialo
como un punto de partida y saldrás adelante, estudiá, enseñá y
sobre todo aprendé- culmina su breve reflexión-escrita in situ- que
conjuga villa, cárcel y educación como progreso.
La
crispación, el debate, los retos y las caras de pocos amigos se
dejan a un lado y se funden en un abrazo.
— Antes
nos hubiésemos juntado en el robo, el meter caño. Hoy nos unimos en
la educación- suelta Pablo con ojos vidriosos.
Todos
reflexionan sobre la importancia del antes y el después de la cárcel
y la universidad. El volver al barrio, el alfabetizar en base a los
conocimientos que la educación les otorgó.
De
la nada aparece Diego, también integrante de Rimas y el señalado
como el más académico del grupo.
Diego
Tejerina también vivió en uno de esos barrios pobres llamados
villas. Estudiante de tercer año de Sociología y alfabetizador, no
tiene tiempo que perder, anda de un lado a otro. A las claras, es el
líder, quien ordena y delega.
La
banda está a punto de comenzar la prueba de sonido formal. Ahora
suenan guitarras, bajos, baterías, pero falta la percusión, claro,
es la función de Diego. Por eso, rápidamente demuestra su gran
capacidad de síntesis.
—Yo
creo que la cárcel se tiene que destruir porque no funciona, es un
lugar abyecto. Hay que evolucionarla. No se puede hablar de libertad
e igualdad si vos encerrás a las personas.
Diego
habla pausado, tiene cara pequeña, voz suave, gorro polar, ropa
deportiva y expresiones de tristeza. Hace 12 años está preso y pasó
por 25 penales. Mosquito fue quien lo sacó del mundo oscuro del
pabellón para sumergirlo en la educación. Hizo la primaria,
secundaria y luego comenzó la universidad todo en la cárcel. Ese
camino no fue fácil; contradicción y tensión, dos palabras que
repite a cada segundo; contradicción de salir de un lugar de
hacinamiento físico-mental para estudiar y ser libre; tensión en el
día a día con sus compañeros de celda.
—Con
la educación descubrí lo que genera un libro. La importancia de lo
colectivo. Que la unión hace la fuerza. Que la educación son las
alas de la libertad. Pero, sobre todo, me di cuenta que hoy soy libre
mentalmente, que no me pueden sujetar mis ideas, mis valores y mi
esperanza. Ahora, la vida tiene sentido.
Todos
se van. Otro tipo de expresión de la libertad toma el protagonismo
de la tarde. Es la Música de Rimas de Alto Calibre.
* * *
Son
pocos los integrantes del Servicio Penitenciario que comparten
lecturas con los presos-estudiantes del CUSAM. Muchos de los
oficiales del SPB hablan de que estudian por privilegios, para evitar
ser trasladados y para obtener becas o reducción en las penas. En la
práctica eso no sucede. Pero a ellos no les importa.
Mario
es penitenciario. En realidad Mario no es Mario. Pero no quiere tener
problemas con sus superiores. No puede hablar sin autorización.
De
uniforme negro pulcro, cara angosta, mirada fija, altura media y
borceguíes recién lustrados, se refiere a los presos separándolos
del género humano.
—Estos
no son como las personas normales, son unos chantas, unos vivos
bárbaros que vieron la movida y agarraron viaje. No corren, vuelan.
Algo deben estar lucrando ahí adentro.
Adentro-
como dice Mario que no es Mario- hay tres penitenciarios que
estudian. Entre ellos Rodrigo Altamirano a quien conoce. Pero no le
importa. Él lo tiene claro: el preso, el villero o negro es el
símbolo de los males de la sociedad. Él y solo él.
—Por
mí, que se pudran en la cárcel- concluye.
* * *
La
música de Rimas sigue sonando. Pero llegó la hora de la partida.
Después
de saludar, los portones gigantes, la infinidad de candados, las
caras largas de los penitenciarios, el panóptico, los pedidos de
cigarrillos, las barreras, Foucault, la lluvia, el viento y el frio
me esperan.
En
el CUSAM o la Universidad de la cárcel se quedan un sin fin de
hombres que buscan cambiar realidades por medio de verdaderas armas,
como la educación y la música.
—No
dejen de apostar y luchar por la educación. Solo así vamos a
construir una sociedad más igualitaria y justa para todos- grita
Diego, desde una pequeña ventana enrejada y al ritmo de los bongoes.
Me
voy.
Sus
cuerpos quedan tras las rejas. Sus mentes, en libertad.