Esta
es la historia del Huesudo, un joven de 18 años de La Matanza que
una madrugada fue a comprar cervezas y jamás volvió. Pero también
es la de un policía que disparó. Desde la recuperación de la
democracia, casi 2 mil jóvenes fueron asesinados en casos de
violencia institucional.
Por Lucas Pedulla
El
Huesudo extendió el brazo. Iba a ser la última cerveza. Eran las
seis de la mañana del 10 de febrero de 2007. Ya había bebido
demasiado, pero no había podido negarse. Quizá lo hubieran puteado
si rechazaba el sagrado ritual de juntarse con amigos luego de una
calurosa jornada de fútbol en la plaza 12 de Octubre, en Lomas del
Mirador, partido de La Matanza.
El
Huesudo había jugado con una camiseta de Chicago, un club del
ascenso argentino, durante la noche del día anterior. Cuando el
partido concluyó, volvió con sus amigos al barrio, la Santos Vega,
una villa del distrito. Compraron un cajón de cervezas. Estaba en
cuero y descalzo. Un amigo le prestó una camiseta de River para que
la usara. Pero, primero, la dio vuelta. Era de Chicago y no tenía
por qué vestir la casaca de otro club. Después, se la puso.
Era
tarde –las 4 de la mañana- cuando El Huesudo y otros pibes más
fueron a lo de Fernando. Pusieron música y se relajaron. Agotaron
hasta el último trago. No había qué tomar. La hermana del
anfitrión fue la que brindó una solución. El Huesudo extendió el
brazo.
-Tomá.
Te doy la plata a vos porque confío en vos.
El
joven la aceptó y dio las gracias. Agarró un envase y salió con
Babu –uno de los pibes- a buscar algún negocio abierto. En la
tranquilidad de la casa, cuando el resto de los jóvenes aguardaban
por el último trago, la leve brisa trajo los estruendos de tres
disparos que retumbaron en todo el barrio. Sólo habían pasado 15
minutos desde que los pibes se fueron.
Fue
Babu quien, desesperado, trajo corriendo la mala nueva:
-Le
dieron un tiro al Huesudo.
***
Hernán
Javier Biasotti probablemente estaba agotado esa mañana. Aún no se
había quitado su uniforme de Policía Federal, y sólo lo haría
cuando llegara a su domicilio en La Tablada. A la altura de General
Paz (autopista que marca el límite entre la provincia de Buenos
Aires y Capital Federal), esperó por su compañero de la comisaría
42 de Mataderos, el cabo primero Marcelo Cavallo, que llegó con su
Volkswagen Saveiro pick up gris. A diferencia de Biasotti, estaba
vestido de civil.
Notaron
algo extraño cuando pasaban por el barrio Santos Vega. Metros más
adelante –dirán ambos cinco años después-, tres jóvenes
intentaron robar un vehículo que estaba delante suyo, cuyo conductor
efectuó una maniobra y logró escapar; que los tres chicos, en
consecuencia, intentaron hacer lo mismo con ellos.
Dirán
que los tres portaban armas de fuego.
Según
Cavallo, el joven les apuntó y realizó un movimiento que motivó
los disparos de los dos oficiales. En huida, los jóvenes
respondieron con otra balacera.
Según
Biasotti, ambos tomaron sus armas reglamentarias y los chicos
comenzaron a correr mientras les disparaban. Dirá que la agresión
se produjo porque notaron su uniforme de oficial.
De
una forma u otra, ninguno dudó. Ambos apelaron a su formación
policial. Cavallo desenfundó su Browning 9 milímetros, sacó el
brazo por la ventanilla de la pick up y disparó dos veces. Biasotti
no se quedó atrás. Sujetó su Bersa Thunder y no le tembló el
pulso: tiró tres veces. Los disparos rompieron el silencio y
sacudieron la Santos Vega. Una de las balas se incrustó en la nuca
de uno de los jóvenes.
Los
policías alegarán que el disparo no fue directo, sino que la bala
rebotó.
De
una forma u otra, la víctima fue un pibe de 18 años. Le decían el
Huesudo.
***
Matías
Bernhardt, el Huesudo, cursaba cuarto año del secundario en la
Escuela media Nº3, de Lomas del Mirador. De mediana estatura, flaco
y pelo castaño con claritos rubios, el joven hacía changas y tenía
habilidad para vender cualquier producto. Trabajaba sábados y
domingos en El Matancero, una popular feria de ofertas ubicada en
Camino de Cintura, en San Justo, en un puesto de calzado. Lo hacía
de siete de la mañana a siete de la tarde.
El
oficio lo aprendió de su hermana mayor, Adriana. Tenía un pequeño
taller. Ella falleció dos años antes del asesinato de Matías. La
pérdida lo afectó mucho y lo hizo madurar.
Desde
entonces, Martín Bernhardt, su hermano mayor, fue una sólida
compañía.
***
36
años, alto, flaco y pelo negro, Martín Bernhardt tiene un hablar
pausado, tranquilo. Es delegado gremial en una empresa de cigarrillos
y vive en Isidro Casanova, una localidad de La Matanza. Está casado
y tiene dos hijos. Martín habla de su hermano y de una preocupación.
Santos
Vega es una de las tantas villas de La Matanza, que se erige sobre la
avenida Provincias Unidas (Ruta 3), a la altura de la localidad de
Lomas del Mirador. Son más de 40 manzanas en la que viven alrededor
de 5 mil habitantes, que comenzaron a llegar durante la dictadura de
Juan Carlos Onganía.
Calles
de tierra, pasillos angostos, señoras con changuitos, perros
robustos, plazoletas, cumbia, fútbol y casas que ofician de kioscos
y carnicerías son las fotografías barriales entre las que el
Huesudo creció. Martín, su hermano, habla de cómo ayudó a Matías
a afrontar esa realidad: la inseguridad existente a la que la
juventud de un barrio –pobre- está expuesta.
-Yo
creí que era un tema superado –dice, entre orgullo e
incredulidad-. Fijate que, de todos los pibes que estaban ahí (la
noche del asesinato de Matías), algunos tenían caídas. Matías no
tenía una entrada y estaba a diez días de cumplir 19. Nunca tuvo
problemas con la policía, ni con nadie.
***
La
última vez que Rosa Graciela Gómez vio a su hijo con vida fue llegó
de jugar a la pelota. Era tarde. El Huesudo se sacó la remera, se
quitó las medias y los botines, y salió a tomar unas cervezas con
sus amigos. Le dijo que iba a estar por el barrio, que se quedara
tranquila. Eso hizo Graciela porque Matías no iba a ir a bailar.
Cada vez que salía, recordaba aquellos programas de televisión que
suelen mostrar las peleas de los jóvenes a las salidas de los. Pero,
esa noche, la mujer no se preocupó.
-Después,
vino la pesadilla –dirá seis años después.
La
pesadilla arrancó temprano. Graciela, que en la villa es conocida
como Titi, se despertó por los gritos y las corridas del barrio. Aún
estaba en camisón y chancletas cuando llamaron a su puerta.
-¡Titi!
¡Titi! –la llamaron entre lágrimas-. ¡Matías!
Graciela
se encontró con su hijo cuando salió a la avenida, cerca del
semáforo. Tenía un tiro en la cabeza. Con otros jóvenes del
barrio, lo cargó a un camión cuyo chofer ofreció ayuda. Fueron al
Policlínico de San Justo. Luego, al Instituto de Haedo. Pero todo
fue en vano. Matías Bernhardt murió siete horas después.
***
Desde
el momento en que supo que dos policías estuvieron implicados en la
muerte de su hermano, Martín Berhnardt fue quien encarnó el pedido
de justicia para que el asesinato no quedara impune. Fue quien se
movió, luchó, se constituyó como particular damnificado, estuvo
detrás de toda pericia, y quien siguió de cerca la causa en todo
momento.
Gracias
a su movilización permanente, el caso fue elevado a juicio. A casi
cinco años del crimen, a fines de 2011, comenzó el debate oral.
Pero los plazos se alargaron. En el marco de la investigación, la
fiscalía mandó a allanar varias casas de Santos Vega. En la de un
conocido de Matias –el que lo cargó en el camión- se encontró un
revólver. El joven tenía antecedentes penales. La reacción fue
inmediata: lo procesaron por tenencia de armas de fuego. Si bien este
hecho no tenía nada que ver con la muerte de Matías, las causas se
unificaron. Eso demoró los plazos. El muchacho procesado,
finalmente, fue absuelto.
***
Hernán
Biasotti –uno de los dos oficiales federales- llegó al juicio como
único imputado. El juez de garantías que elevó la causa había
decidido la absolución del cabo Marcelo Cavallo por considerar que
sólo fue uno quien baleó al chico. La estrategia del único
acusado, entonces, giró en torno a demostrar que el oficial actuó
dentro de la legítima defensa y que Santos Vega era un lugar donde
habitualmente se cometían ilícitos. Que los oficiales fueron
agredidos y, en el marco de un enfrentamiento con tres jóvenes, una
bala mató a Matías Bernhardt.
Alejandro
Bois, representante de la familia Bernhardt y abogado de la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de La Matanza, no vaciló
al resaltar que, en varias partes del debate oral, el agente fiscal
del juicio, Alfredo Luppino no sólo respaldó la estrategia de la
defensa de Biasotti, sino que, además, “actuó como abogado
defensor” del oficial. Es decir, Bois sostiene que, durante el
juicio, la carga se invirtió: en lugar de Biasotti, el que estuvo
sentado en el banquillo de los acusados fue el propio barrio Santos
Vega. El abogado esgrime que el fiscal se empeñó más en demostrar
que la villa era un lugar peligroso en el que se cometían delitos
que en determinar la culpabilidad del acusado. Y que, además,
durante los alegatos decidió no acusar.
-El
mero hecho de ser un joven humilde y pobre parecía como si tuviera
algo que ver con algún hecho ilícito –aclaró-. En todo momento
se planteaba el hecho de que los chicos tenían que ver con prácticas
delictuales, en vez de ser lo que eran ahí: testigos.
***
El
telón, finalmente, fue descubierto. El veredicto final fue dado a
conocer por el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 3 del Departamento
Judicial de La Matanza el 18 de junio de 2012. De la lectura del voto
de Liliana Logroño –una de los jueces- surgieron algunas aristas:
- Quedó confirmado que el disparo mortal fue de Biasotti.
- Que se produjo luego de que al menos un joven apuntara en dirección a la camioneta en la que viajaban los oficiales.
- Que en ningún momento del debate quedó demostrado que Matías o Babu estuvieran armados ni que participaran del hecho.
- Que tampoco hubo enfrentamiento.
- Que Biasotti continuó disparando cuando los jóvenes corrían en dirección al barrio y la supuesta peligrosidad había cesado.
- Que “el eventual rebote que se habría producido en el disparo letal no mengua la tipicidad de la conducta”.
- Que Biasotti actuó con una “irracionalidad total”, pues “ejerció su defensa pero contando con la preparación de un policía”.
Cinco
años habían pasado para llegar a esta instancia, esperando este
momento. Cinco años que se veían reducidos a sólo unos pocos
minutos, aparentemente tan inofensivos, pero que definían todo.
Cinco
años para escuchar un veredicto en el más vasto de los silencios.
-En
mérito al resultado que arroja la votación de las cuestiones
precedentemente planteadas y decididas, el Tribunal pronuncia por
mayoría veredicto absolutorio respecto de Hernán Javier Biasotti.
Sólo
la jueza Logroño dio un veredicto condenatorio. Consideró que el
policía de la comisaría 42 de Mataderos incurrió en un “exceso
en la legítima defensa”. El resto (Diana Volpicina y Gustavo
Navarrine), votó por la absolución.
***
Graciela,
la mamá del Huesudo, es creyente y cuenta que reza a Dios y la
Virgen para que le dé voluntad para afrontar la nueva etapa de
proceso y de lucha que se abrió luego de la absolución de Biasotti.
Es petisa y simpática, tiene pelo negro y ofrece pan casero para
acompañar el mate. Vive en la manzana 12 de la Santos Vega, en medio
de callecitas donde juegan niños y niñas del barrio, y los perros
robustos custodian los pasillos de la villa con sus ojos
escrutadores.
Frente
a ella, su hijo Martín es el encargado de cebar y coordinar la
mateada. Junto con el abogado Bois, jugó una nueva carta:
presentaron un Recurso de Casación Penal contra la sentencia dictada
por el TOC Nº 3. La lucha y los rezos, entonces, están canalizados
en esperar una sentencia favorable.
Afuera,
el sol bajó. Los perros siguen ahí, recostados en los pasillos.
Martín a lo único que le teme en Santos Vega es a los perros. De
todas maneras, eso no le impide salir de la casa. Cruza la calle y
los esquiva. Ahora lo que sigue es otra batalla ardua y lenta: luchar
contra la burocracia policial y judicial para esclarecer el asesinato
de su hermano.
Recuadro:
La regla
Según
la Coordinadora contra la represión policial e institucional
(CORREPI), desde la vuelta de la democracia, hubo 3773 muertes como
consecuencia de la violencia institucional.
2224
se dieron en la última década.
El
46 por ciento se debió al gatillo fácil.
Casi
2 mil víctimas fueron jóvenes menores de 25 años.
El
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) calculó que, durante
2002 y 2011, 311 personas fueron asesinadas por personal de la
policía federal en la provincia de Buenos Aires.